Dirección: Vincenzo Natali Intérpretes: Adrien Brody, Sarah Polley, David Hewlett, Delphine Chanéac, Simona Maicanescu y Brandon McGibbon Nacionalidad: Canadá, Francia y EEUU. 2009 Duración: 104 minutos.
vincenzo Natali (Detroit, 1969), pertenece a la maltratada estirpe de cineastas del artificio y la fantasía. Hablamos de un grupo de heterodoxos creadores audiovisuales surgidos en la década de los 90 que se saben herederos del videoclip y de la gran traca digital. Bajo lo digital se esconde el armamento con el que la tecnología informática ha pulverizado para siempre la creencia de que las imágenes no mienten. Nada nuevo porque de hecho, la verdad es una condición ética que jamás ha residido en la servidumbre al realismo. Por otro lado, el cine siempre ha sido sensible a recoger lo real y lo soñado, lo que la mirada perezosa no percibe y lo que la retina registra.
El primer largometraje de Natali, Cube (1997), ya estableció esa brecha insalvable por la que los defensores de la causalidad y la lógica pusieron bajo sospecha a un cineasta que convertía el cubo de Rubick en un argumento a medio camino entre una trampa espacial y un melodrama claustrofóbico a lo Tennessee Williams. Esa misma singularidad le ganó la devoción, a veces demasiado acrítica, de los amantes de las rarezas. Sus dos siguientes películas de presencia muy clandestina entre nosotros, Cypher (2002) y Nothing (2003), ratificaron que Cube no era un capricho y que Natali estaba dispuesto a permanecer fiel al género fantástico y hacerlo echando mano a estructuras iconoclastas.
En consecuencia, Vicenzo Natali sigue siendo un cineasta raro, un francotirador como Spike Jonze, Charlie Kaufman, Michel Gondry, Jaco Van Dormael y otros muchos cuyas propuestas causan desazón y desconcierto al tratar de hallar ideas originales adentrándose en tierras inexploradas. Otra cuestión es que a veces creen vírgenes geografías que otros (re)conocieron y muy brillantemente muchos años antes. Con Splice, Natali, sin renunciar a ese toque bizarro e independiente, sabe que camina en una dirección hollada, en un referente narrativo en cuyo abonado argumento han crecido películas extraordinarias, disparates inverosímiles e incluso caricaturas buenas y malas. La sangre de Mary Shelley alimenta esta historia de Splice y la obsesión de una pareja de científicos empeñados en crear vida nueva. La pareja, conformada por el siempre quebradizo Adrien Brody y la aquí excepcionalmente empecinada Sarah Polley, toma, en la ficción de Splice, el camino hacia la perdición que en su día anduvo el doctor Frankenstein. Aquí como allí, la criatura deviene en éxito y condena, en gloria e infierno dentro de la maldición reaccionaria con la que se castiga a quienes osan desafiar, la ¿ley divina?
No se ha dicho, pero Vincenzo Natali viene apuntando en su filmografía una cada vez mayor sensibilidad hacia el proceso interior de sus personajes, un resituarse en el relato de tal modo que la fascinación por los efectos especiales se ha reducido a lo que debe ser la fachada, nunca un contenido.
A Natali lo que le interesa en este filme, bajo el disfraz de la monstruosa combinación entre ADN humano y animal, es mostrar la descomposición de una pareja. Una idea que emite destellos del Cronenberg de la nueva carne y que recuerda el hacer en El hombre sin sombra de Verhoeven.
La paternidad científica y la responsabilidad biológico-paterna se entrelazan y ahogan en esa zona abisal que da pie a plantear el dilema de la creación de vida. Natali equilibra el drama personal con el hipnótico atractivo de su criatura y, aunque irregular, Splice aporta minutos excelentes y una impagable y escalofriante criatura. Sólo al final, Natali cede al impuesto de mostrar sangre y exceso, un pago siempre cercenador que lastra una sugerente puesta al día de un Prometeo de la posmodernidad.