Dirección: Hirokazu Kore-eda. Guión: Hirokazu Kore-eda; basado en el manga de Yoshiie Gouda. Intérpretes: Bae Doo-na, Arata, Itao Itsuji, Joe Odagiri, Sumiko Fuji y Masaya Takahashi. Nacionalidad: Japón. 2009. Duración: 125 minutos.
Habrá quien en esta película sólo vea el patetismo de una muñeca hinchable y la extravagante originalidad de un argumento fantástico. Si mirasen de manera más detenida percibirían que la protagonista del filme de Hirokazu Kore-eda no está sola. Por ejemplo, en Air Doll se oye el gemido de dolor de René Descartes por su hija Francine ante la efímera longevidad de la vida. Si además el espectador muestra alguna paciencia, comprobará que en los intersticios de este filme resuenan los acordes de La Pianista de Jaquet-Droz, al mismo tiempo que en sus sombras se percibe vibrante el paso articulado de las karakuri japonesas. En Air Doll, un ejército aguarda escondido entre los pliegues de esta sustituta vaginal. Sus generales respiran mitología y responden a los nombres de Prometeo, Pigmalion, Hefesto, el Golem y los Argonautas. Sus creadores fueron literatos inmensos como Cervantes, Poe, Verne, Petronio, Shelley y E. T. A. Hoffmann. En esta muñeca de mirada perpleja y preguntas eternas descubrimos a la María de Metrópolis, a la Eva Futura de Villiers de L"Isle Adam y, ¿por qué no?, al Pinocho de Collodi y a los replicantes de Blade Runner.
Sobre el papel, Air Doll remite al espectador español al Berlanga de Tamaño natural. Pero eso sólo ocupa su punto de partida, en realidad, un punto de fuga porque el alivio sexual aquí es pretextual, lo que importa, lo que aquí se pone en juego, reclama menos fisiología y más metafísica.
Tras asistir a la soledad de un hombre de mediana edad, Kore-eda lo muestra al borde del delirio. Vive con una muñeca a la que trata como si fuese una persona viva. ¿Demencia? Sin duda, pero se trata de una enfermedad más extendida de lo que se quiere reconocer. Esa fiebre afectó al padre de la razón, al citado Descartes, y alcanzó un episodio cumbre en el pintor Kokoschka cuando curaba las heridas que le dejó su roce con Alma Mahler. En este caso, Kore-eda, el cineasta que abandonó el documental porque la verdad esencial pertenece a lo simbólico, se adentra en un terreno muy querido por su compatriota Mamoru Oshii. En Innocence, Oshii cuestionaba el misterio del ser y la esencialidad del sujeto con una historia donde las autómatas se revelaban porque los hombres, en su ansia por alcanzar el privilegio de los dioses, crear vida, las hacían a su semejanza. En ese espejo deformante, Kore-eda se mira. El argumento de Air doll, un manga de apenas veinte páginas, se resume en tan breves líneas como incontables sugerencias. Aquí no hay espacio para relatar todas ellas. Por eso, Air doll transcurre con escasas anécdotas e inabarcables preguntas. En ella hay un sutil entramado argumental habitado por imágenes llenas de simetrías significantes y atravesada por interrogantes sin respuesta. Kore-eda, que rechazó el universo tradicional del Mizoguchi de los 47 Ronin en favor de un texto pacifista titulado Hana, y que dio la vuelta al conservadurismo poético del Ozu de Cuentos de Otoño con Still life, aquí penetra en un pantano lleno de arenas movedizas y flores de belleza exquisita. Es probable que ni el propio Kore-eda sepa todo lo que Air doll transporta en su interior. Es seguro que (pre)siente sus limitaciones y redimensiona sus paradojas. Entre otras, las del vacío del ser humano y las de esa angustia existencial obsesionada con el envejecimiento y la procreación.
"Como he encontrado un alma puedo mentir", dice su protagonista de plástico renacida con aliento humano en la mitad de la película. Entonces todavía ignora que, como tiene alma, su existencia sabrá del misterio, del deseo y de la angustia. Eso es Air doll, unas entrañas de aire recorridas por el enigma del amor y la soledad.