Dirección: Tim Burton. Guión: Linda Woolverton, basado en Lewis Carroll. Intérpretes: Mia Wasikowska, Johnny Depp, Helena Bonham Carter, Alan Rickman y Anne Hathaway. Nacionalidad: EEUU. 2009. Duración: 108 minutos.

Antes de que esta Alicia conozca al Sombrerero Loco, antes de que sepa de la existencia de la Reina de Corazones, antes de que sea consciente de la volatilidad del tiempo, aparecen en la pantalla los signos inequívocos del universo de Tim Burton. Ecos esquinados, reflejos apenas entrevistos pero señales evidentes de que el autor de Eduardo Manostijeras, Ed Wood y Sleepy Hollow asume la responsabilidad de este cuento. Se trata de una declaración de intenciones. Tim Burton avisa: no se va a conformar con ilustrar el universo de Carroll. Su Alicia no responde a ningún ejercicio de mercado, no es un encargo. Afirma su deuda, pero no se pone al servicio de Carroll.

Desde su mismo origen era perceptible que por las venas del autor de Bitelchus fluían dos grandes corrientes: el legado Disney y el nonsense matemático de Lewis Carroll. Era cuestión de tiempo el que Burton llamase a Alicia. Lo que no es casual es que esa hora tuviese lugar cuando el Moma acaba de reconocer a Burton como uno de los grandes artistas del siglo XXI.

Con la autoestima en alto y suficientemente rearmado para sortear las zancadillas de los productores, la Alicia que Burton convoca no es la niña a la que contaba cuentos el reverendo Charles Ludwidge Dogson, sino una mujer de 19 años que se enfrenta a la que se considera la oportunidad de su vida, un provechoso matrimonio con un aburrido y convencional marido machista. Esta Alicia que debe asumir una decisión decisiva ha olvidado la fantasía de la niña que fue pero no el calor del padre muerto. Su madre y su hermana, casada con un mal esposo que le engaña, completan un paisaje en el que la ausencia constituye la razón de su discurso. Esta Alicia que seduce al público e incomoda a una crítica incapaz de asumir que es posible acercarse a Carroll sin hacerlo maniatado, da síntomas de vida propia más allá de lo que fue escrito. Tan evidente es que Burton se adentra en un territorio diferente al de la Alicia literaria como que el cine posee sus propios recursos.

El cine posee su lenguaje y el tiempo presente reclama sus símbolos. Burton sabe que la iconografía de Alicia precede al cuento. También sabe que muy pocos desconocen los personajes principales, aunque la mayoría jamás ha leído los libros. Además, el cineasta, asume que el universo de Carroll esconde su última lectura más allá del territorio de lo infantil. Su verdadero mundo se instala en ese espacio ácrono donde viven los siempre-niños, esos seres iconoclastas como el propio Burton.

En consecuencia, su Alicia se/nos enfrenta a una crisis contemporánea, a un vacío desolador: la quiebra del héroe y con ella, la fuga del hombre -en cuanto género- a la hora de responder a las demandas de quien en el esquema clásico del cuento maravilloso era el objeto de deseo. Por decirlo de otro modo, el objeto se convierte en sujeto. Al mismo tiempo Burton deja que su alter ego, Johnny Depp, alumbre un Sombrerero Loco en clave de compañero competente, desquiciado, fiel e incluso valeroso. Pero ese loco, aunque lo intente, no puede ser el príncipe que esta Alicia adulta demanda.

En consecuencia, en medio de ese combate entre el ajedrez y el póquer, entre la reina de corazones y la reina blanca, entre la inteligencia y el destino, Tim Burton da una vuelta de tuerca a la leyenda de San Jorge y el dragón. Ese combate que sostiene a la cultura occidental sufre una perversión definitiva y deviene en emblema del protagonismo de la mujer actual lanzada a su autoliberalización ante el baile delirante del hombre convertido en comparsa excéntrica y aniñada por ese pánico masculino a madurar. Hay mucho más, pero sólo por eso, esta Alicia merecería ser tomada muy en serio.