¿Esto se puede mover?", pregunta el fotógrafo, que intenta inmortalizar el instante. "Sí, sí, es basura... como todo lo demás", responde un artista. Un extracto del garbigune ubicado en la avenida de Los Huetos ha tomado el espacio expositivo de Zuloa. Basura convertida en arte. Nueve recicladores, nueve chatarrillas -bautiza Koko Rico- se han puesto manos a la obra con el deshecho para convertirlo en rehecho, para encontrar, bajo el lema I love Diógenes -propuesto desde Asamblea Amarika-, esas flores que a veces, pequeño milagro, crecen entre el desperdicio.
Pero esto no tiene desperdicio. Radios de bicicleta, peluches, jaulas, matrículas, altavoces, teclados de ordenador... Son algunas de las piezas que componen este puzzle, concretado hasta el 19 de junio en la sala de la calle Correría y en una pieza colectiva que tomará el café Plaza. Los aerosoles son los protagonistas en el local de la calle Dato, en un compendio entre la memoria y el alarde estético.
Nueve creadores dan una segunda oportunidad a lo consumido. Ernesto Iriarte, incluso, se dedica a ello normalmente, "dando un poco de prestigio" a lo presuntamente retirado, a lo culpable de inutilidad. Y consiguiendo abaratar, de paso, los productos que vende, ya que los materiales, a menudo, llegan a sus manos sin precio. Completamente despreciados. Y es que Ernesto parece haber nacido para esto. Puede, incluso, ¡convertir en joyas los ojos de los chicharros asados! Literal.
La búsqueda entre los containers del garbigune, que tuvo lugar el pasado sábado, produjo muchas sorpresas entre los participantes. Encontraron hasta electrodomésticos -vitrocerámicas y sandwicheras- sin desembalar. "La visita fue una catarsis, una terapia", asegura Eva López.
Precisamente la electrónica alimenta la pieza de Braun, un altar que rinde culto al sonido de grabadoras, baffles y equipos de música que ya han enmudecido. "Antes te duraban veinte años, pero actualmente son elementos que tienen muy poca vida útil".
Ya no congela la cámara frigorífica que reconvierte en obra Nalúa Barco, porque, como sentencia, "el arte es... helarte de frío". Koko Rico, sempiterno observador de la calle, es otro de los que forma parte de la troupe recicladora. Buena parte de sus piezas nacieron de objetos resucitados de su sueño eterno. "Se tiran muchas cosas que te dan pena, porque pueden servir y además son muy estimulantes".
Junto a Izaskun Álvarez Gainza, Iban Arróniz, Neftalí Campo y Jokin Lara, este quinteto de artistas -proveniente de todo tipo de actividades profesionales- ha convertido Zuloa Espacio en un pequeño mundo aparte. Un mundo habitado por "los que miran al suelo, siempre con la antena puesta". Por una suerte de héroes que ven más allá del objeto, negando la maquinaria del sistema y devolviendo a lo perdido un camino que está por recorrer.
A veces son los objetos los que los dirigen. Y otras veces, por impulso, las piezas se van engranando sin saber por qué en arquitecturas insospechadas. "¿Pero esto estaba en la basura?". Se lo han preguntado tantas veces que ya forma parte de su modus operandi, esa forma diferente de mirar a lo que les rodea, de valorar cualquier elemento como posible fuente de inspiración y creación.
Quizás todo se resuma en que les gustan los objetos. En que para ellos son poliédricas formas que no sólo tienen que estar al servicio de una idea. Sus diseños, sus combinaciones, sus camaleónicas formas, se disparan en sus cabezas en una exposición que promete ser una de las inolvidables en la larga carrera de Zuloa.
Se estrena esta tarde, a partir de las 20.00 horas de hoy, y permanecerá durante dos meses en este entorno, antes de retornar sus piezas al cadalso del basurero. Salvo las indultadas, claro. Unas harán el camino de vuelta al garbigune. Otras empezarán una nueva senda. ¿Quién sabe?. Un efímero síndrome el del arte, capaz de convertir cenizas en estrellas. Basura en flor.