Vitoria. Tras unas semanas de descanso, las tablas del Principal comienzan a revivir hoy. Lo hacen para dar los primeros pasos de la programación de primavera, una temporada que subirá el telón a las 20.30 horas para recibir a un viejo conocido de la capital alavesa, un hombre que siempre es garantía de que algo interesante va a suceder. Su última visita no fue hace mucho, aunque no de forma física y tampoco en su faceta de actor. Estuvo, por lo menos en espíritu, dirigiendo a Concha Velasco en La vida por delante a principios de marzo.

Esta vez será diferente. José María Pou sí se viste en esta ocasión de intérprete. Y lo hace para retratar, con la única compañía sobre las tablas de Javier Beltrán, a una leyenda de la gran pantalla en Su seguro servidor, Orson Welles (montaje para el que, aunque tampoco no demasiadas, todavía quedan entradas a la venta).

El actor se mete aquí en la piel de un Welles que está en sus últimos meses de vida, un realizador empeñado en conseguir la financiación para seguir con el rodaje de su versión de El Quijote mientras graba anuncios para la radio como medio para ganarse la vida. La acción se sitúa en la jornada siguiente a su último cumpleaños, en un estudio donde Orson repite cuñas publicitarias a la espera de que, como le prometió la noche anterior, Steven Spielberg le llame para asegurarle el dinero que le falta para dar vida al personaje de Cervantes. Ese es el punto de partida de esta historia escrita por Richard France, adaptada y dirigida ahora por Esteve Riambau.

"Welles era un ser absolutamente inaprensible, imposible de abarcar, casi como una imagen. Al margen de su volumen físico, se puede decir que nació desparramado porque vino al mundo con talento en todos los campos. También es uno de los más grandes bon vivants que han existido, un ser epicúreo que sabía disfrutar de la buena mesa, del sexo y de fumar un puro como nadie. Es fantástico porque todo cabe dentro de Orson Welles para interpretarlo, aunque te exige darle un tono de grandiosidad como ser humano que va más allá de su talento creativo", comenta el intérprete catalán.

Eso sí, el gran realizador, el niño prodigio que con 24 años dirigió y protagonizó Ciudadano Kane, se presenta sobre la escena casi hundido, sin fuerzas mientras ve cómo se le escapa entre las manos la posibilidad de terminar uno de sus grandes proyectos vitales y artísticos. "Él también tuvo que luchar con muchos molinos de viento, los productores", afirma Pou, que tiene claro que ponerse en la piel de un personaje real es mucho más complicado sobre todo por las referencias previas del público.

"Como ocurre siempre con los grandes personajes, aprendes de ellos más a nivel humano que artístico, y a Welles lo veo como un gran personaje de Shakespeare que te brinda un aprendizaje humanístico. Me ha enseñado que el fracaso puede llegar cuando uno cree que lo tiene todo. Cada día me conmuevo al interpretar a ese hombre que se derrumba y considera inútil todo lo que ha hecho, incluso lo que otros consideran obras maestras. No se reconoce en ninguna de ellas porque no son exactamente como quería haberlas hecho", describe el actor catalán.

Un sentimiento en el que también se reconoce al afirmar que "salvando las distancias, yo también comparto esa sensación de frustración porque soy un perfeccionista absoluto. Por mucho éxito y muchos premios que consigas, siempre te queda un sentimiento de insatisfacción porque algunas cosas no salen como las quería hacer. He aprendido que todo es relativo, que no hay que instalarse en el éxito porque no es verdad, nunca es definitivo". Una lección que hoy se impartirá en Gasteiz.