vitoria. El biólogo vizcaíno Kepa Altonaga refleja en el ensayo Darwin Geurean (Darwin entre nosotros) la "tragedia intelectual" que provocó en Euskal Herria la divulgación de la teoría de la evolución por parte de Charles Darwin a mediados del siglo XX. Un drama que se repitió en otros territorios y que generó un enfrentamiento entre quienes defendían la ortodoxia dictada por las enseñanzas religiosas y quienes, procedentes de un ámbito más científico, abrazaron los nuevos descubrimientos.

Con este trabajo, Altonaga recibió en noviembre de 2009 el 9º Premio de Ensayo Juan Zelaia, que incluía 9.000 euros y la publicación del texto por parte de Pamiela. Así, ya se encuentra en las librerías este texto que el jurado galardonó porque "aborda un tema tan vigente todavía como el darwinismo". Según el autor, la idea del ensayo surgió el año pasado, cuando se conmemoró el bicentenario del nacimiento de Darwin, una figura relevante para un profesional que, como es el caso de Altonaga, se dedica a la ciencia, en concreto como profesor de Zoología en la Universidad del País Vasco.

"Me di cuenta de que se había escrito ya mucho sobre sus teorías en general, así que en ese sentido no había mucho más que aportar", de modo que "me pareció interesante ver qué repercusión tuvieron en nuestro entorno", cuenta el también divulgador e investigador. En este sentido, su ensayo es una propuesta inédita, por cuanto recopila el intenso debate, desgarrador en algunos momentos, que mantuvieron intelectuales de la talla de Jean Etxepare y Armand David, darwinistas, frente a otros como los sacerdotes e intelectuales José Miguel de Barandiaran o Pierre Laffite, que defendían y, en muchos casos, se autoimponían la ortodoxia.

Esta controversia se produjo también en muchos otros lugares del Estado, pero también de Sudamérica, y el debate adquirió en muchos momentos trazas de lucha ideológica entre progresismo y conservadurismo. En Euskal Herria esto se tradujo en un enfrentamiento entre médicos y curas y, aún más, porque por entonces se desató la disputa entre quienes apoyaban el uso del euskera como guardián de la ortodoxia frente a una progresía que quería desterrarlo por eso mismo. En medio, surgieron nombres como los de Etxepare, hacia el que Altonaga siente admiración, que defendió que el euskera bien podía servir a los intelectuales para hablar de economía, ciencia, política o literatura.