"Programas como El hormiguero o Buenafuente se han convertido en el único reducto donde percibes que el invitado acude con relajo. Se plantea una conversación con interrupciones para impedir que la palabra se adueñe del lugar; la palabra en la televisión es el espíritu maligno. Si los invitados son algún chico o alguna chica, se permite el galanteo amable, la broma erótica y hasta el aullido del público siempre libidinoso".