Con el listado de premiados ya conocido y después de certificar que Celda 211 triunfó en unos Goya de los que Ágora salió bastante bien parada mientras el resto casi no pudo sacar la cabeza, llega el momento de aparcar por un segundo el contenido y analizar el continente. Y es que la gala de los premios del cine español está dando para mucho.
En realidad, fue una ceremonia que llevó la filosofía de lo políticamente correcto hasta el límite, aprovechando al máximo la idea de este tipo de encuentros, es decir, un evento promocional puro y duro. El séptimo arte estatal lució su mejor cara. No hubo ni una sola referencia a ninguna de las polémicas que vive el sector. Ni la piratería, ni la problemática de las ayudas inspeccionadas por Bruselas, ni la Ley del Cine, ni las cuotas de doblaje de los idiomas co-oficiales, ni... Nada. El único que hizo alguna referencia a los propios cineastas fue el presidente de la Academia, Alex de la Iglesia, cuando pidió a sus compañeros que dejen de mirarse al ombligo.
Las cintas nominadas, además, se prestaban a una noche modélica. En el listado no había nada que sonase a experimental, minoritario, arriesgado o algo por el estilo. No había sitio para algo que pareciese off. Y los premios siguieron la misma tónica. No hubo ninguna sorpresa. Todos los Goya estaban en las apuestas, desde el de Luis Tosar hasta el de Planet 51. Las más taquilleras, las que más industria tienen detrás y las más respaldadas por el público fueron las que se llevaron el gato al agua.
A esa balsa de aceite se sumaron otros factores. El primero que Penélope Cruz y Javier Bardem se prestaron a sentarse juntos y en primera fila, lo cual dejó satisfechos a todos los amantes de la cosa rosa y más el día de San Valentín. La segunda, la presencia de Pedro Almodóvar, quien, eso sí, dejó que su gran ego dijese una frase que está dando mucho de que hablar ("tenéis un presidente muy pesado", en referencia a De la Iglesia) y que dejase, sin despeinarse, la sombra de la duda sobre la limpieza de los galardones al asegurar que la Academia sabía días antes de la gala que él no iba a ganar el Goya al guión original por Los abrazos rotos. Pero bueno, dejando a un lado estas lindezas, lo cierto es que la presencia del director fue un buen un golpe de efecto.
Todo ello en una ceremonia de dos horas y media (le sobraron unos 20 minutos) que cumplió con creces todas las expectativas. Andreu Buenafuente rompió con la línea de otros años. No fue protagonista. No quiso chupar cámara. Supo ser el medio, no el fin. Por eso sus apariciones fueron puntuales, medidas y acertadas, destacando (al mejor estilo de Billy Crystal) el vídeo inicial (¡qué grande Trueba en el papel de taxista!). Hasta hubo momento para las lágrimas y la emoción con la entrega del Goya de Honor a Antonio Mercero (muy bien resuelta teniendo en cuenta el estado de salud del realizador vasco).
Claro, con los invitados en plan glamuroso, con las quinielas acertando una categoría tras otra, con las sorpresas saliendo según lo previsto, con el presentador en su papel y sin ningún atisbo de problema en el horizonte (lo más reseñable fue Mar Coll -Goya a la dirección novel-, a quien un pendiente se le quedó enganchado al vestido justo antes de subir al escenario), el resultado era el esperable: 4,6 millones de espectadores, la gala más vista de la historia (a lo que también ayudó el hecho de ser la primera sin anuncios).
Tranquilidad y buena apariencia. Eso era lo que De la Iglesia quería. Y el director vasco lo consiguió. Sólo ayer hubo alguna voz discordante, como la de Lola Dueñas (Goya a la Mejor Actriz) que se preguntó en público algo que otros han hecho en privado: ¿por qué los intérpretes masculinos de After (fundamentalmente Guillermo Toledo) se quedaron sin nominaciones? La respuesta ya se ha dado en estas líneas antes: lo off, esta vez, no tenía hueco. Las sorpresas tenían que ser las previstas por la organización, nada de improvisaciones.
Así transcurrieron unos Goya muy parecidos, en lo que al formato se refiere, a los Oscar, es decir, un buen producto que vender por televisión (en este caso, La 1). Y en eso, cumplió su objetivo al 100%, al tiempo que nombres de peso dentro de la industria como Alejandro Amenábar, Antonio Banderas o el propio Almodóvar salieron contentos.
¿Y los vascos? Ni tan mal. Marta Etura cumplió un sueño y Alberto Iglesias triunfó como siempre. Peor suerte corrió Cobeaga y su Pagafantas. Lo mismo que los alaveses Fernando Albizu y Maite Ruiz de Austri. Jorge Gerricaechevarría, que tiene su segunda casa en Gasteiz, fue el único alavés (el que no se consuela es porque no quiere) que consiguió premio (el Goya al guión adaptado por Celda 211).