vitoria. Los músicos no surgen por esporas. No ven un escenario y se suben a él sin más. Son horas y horas de trabajo... escondido. Y quienes no lo han visto, no lo suelen imaginar. "Todos los obreros que han venido aquí se han quedado flipados. ¿Quién me iba a decir a mí que iba a haber tanto local?, me decía uno el otro día".

En un rincón de Betoño, en la calle Miravalles, se dan los últimos retoques de Talde Gune. Aitor Ruiz de Arbulo anda de aquí para allá, coordinando, respondiendo preguntas. Tampoco lo suyo surge de la nada. Dos años de trabajo están a punto de culminar en una versión 2.0 -tecnológicamente impecable- de su proyecto en Arte Gune, que acaba de echar la persiana.

Aitor es el tipo perfecto para esta historia. Ha sido músico en Betagarri -"no soy guitarrista, toco la guitarra que es distinto"-, acumula la experiencia de trece años de gestión de locales, ha sonorizado conciertos... Su vida gira en torno a la música. Hasta el Olentzero viene musical, con una batería en plan serio para el txiki, mientras él prepara "versiones de Pirritx eta Porrotx para practicar. Ya la tiene reservada. Tuvo una de plástico y la destrozó, pero está es de verdad".

Pero el verdadero juguete de Aitor es Talde Gune. Dos años lleva dando vueltas a este cubo de cubos para cuadrar todas sus colores musicales. Dos años puliendo cada detalle con el objetivo de cubrir todas las necesidades de un músico. Seguridad plena, con llaves electrónicas y una central de alarmas superior a la del edificio de Hacienda; locales que no comparten paredes y se insonorizan cual cebolla; montacargas y pasillos amplios -carga y descarga de instrumentos-; baños modernos e impecablemente insólitos para el que ha visitado unos locales; sala de expansión con Internet y plasma que quita el hipo....

Son sólo algunos detalles de los 1.400 metros cuadrados de actividad musical, un megalocal que piensa en cada detalle para satisfacer a sus inquilinos. ¿Que se te olvida cambiar monedas antes de ir al polígono -todo un clásico-? Un llavero electrónico convenientemente cargado de euros ejerce de cartera en las máquinas de comida y bebida.

Además de su experiencia, Aitor ha tomado ejemplo en destinos de su trasiego musical, donde estuvo en contacto con muchos proyectos similares. El que más huella le dejó, en Suiza. "Era una antigua cárcel de mujeres cedida por el Ayuntamiento a un colectivo que lo gestionaba. 120 celdas convertidas en locales de ensayo. Me quedé flipado con la cantidad de grupos que había y cómo lo llevaban, de manera autogestionada", recuerda.

Hace frío en Talde Gune, que ansía -¿en capilla o a capella?- abrir sus puertas, "en enero o febrero como mucho", al hervidero de ritmos y melodías que acojerán sus módulos, una suerte de estadio indoor en el que entrenar punteos y baquetazos, riffs y 2x4s. "Esto como el futbito. ¿Cuántos equipos de fútbol hay en Vitoria? Para hacer un equipo hacen falta cinco amigos que se junten, un balón y un campo de fútbol. En la música necesitas un campo, pero no hay locales públicos donde la gente puede ir a ensayar".

Desde hace años, el ámbito privado asume ese papel. Pero Aitor no cierra puertas a posibles sinergias con instituciones u otro tipo de colectivos. Entre sus planes de futuro, crear una asociación cultural que pueda revertir en ayudas a los grupos, ofrecerles una furgoneta con la que trasladar el equipo o ir creando un listado de tablas a disposición de las bandas. "Sería unas base con sitios donde poder tocar, pero no una oficina de contratación porque eso es otro negocio. Ni quiero hacer una sala de conciertos. Esas cosas requieren otras necesidades y ya hay sitios que lo hacen".

Quien mucho abarca poco aprieta y su objetivo es optimizar al máximo unos locales de ensayo, para profesionales y aficionados, "gente joven y también gente mayor, que tiene su trabajo y no le gusta lo de irse a esquiar, que le gusta la música... Me dijo uno que tenía que montar un txikipark e igual todavía me lo pienso". No habrá conciertos, pero uno sí servirá como puesta de largo de Talde Gune. Con todos los grupos que lo habiten como protagonistas. Ellos son la clave. Todo estña listo. El gran reloj de la entrada -que delatará al músico tardón- ansía ya dar el primer compás.