Dirección: Chris Weitz. Guión: Melissa Rosenberg, según la novela de Stephenie Meyer. Intérpretes: Kristen Stewart, Robert Pattinson, Taylor Lautner , Chaske Spencer, Alex Meraz y Ashley Greene. Nacionalidad: EEUU. 2009. Duración: 130 minutos.
Seamos rápidos como vampiros y expeditivos como lobos: cinematográficamente hablando Luna nueva hace honor a su título. No es nada. No existe. Niega al cine porque su territorio se debe a la pulsión hormonal en versión castidad mormónica. O sea, nada hay en ella de la experiencia de lo real, nada verdadero se balancea en este texto fílmico que, a fuerza de oquedad yerma, apenas esboza una aburrida receta para masajear la libido, anestesiar el deseo y sostener las mariposas de la lujuria. Y sin embargo, o por ese embargo, millones de jóvenes musitarán las palabras de Shakespeare (Romeo y Julieta apadrina parcialmente su argumento), para dejar que "las puertas del suspiro" esbocen grititos de satisfacción cada vez que un torso masculino se muestra desnudo. ¡Estremecedor!
Entonces, en consecuencia, si artísticamente nada hay en esta incursión digno de ser analizado, hagamos sociología de tertulia radiofónica. Preguntémonos por ejemplo ¿de qué modelo sexual habla este filme dirigido a adolescentes de colegios religiosos de falda larga y mohín resabiado?
Antes de responder empecemos por el parte de bajas. Los fabricantes de esta saga tuvieron cuidado en echar a su anterior directora, Catherine Hardwicke. Realizadora de la estimable aunque algo sobrevalorada Thirteen, arquitecta antes que cineasta, colaboradora de Tom Cruise en Vanilla Sky y criada en las convicciones presbiteranas -como se ve, en esta saga todo es cuestión de fe-, resultó demasiado díscola a juicio de los productores y, pese a contar con un presupuesto medio-bajo y obtener uno de esos récord que llenan de oro a sus dueños, fue arrojada del paraíso para confiar esta luna nada lorquiana a un oscuro cineasta responsable de La brújula dorada.
Si Catherine Hardwicke hablaba de los adolescentes como visitantes de la antesala a la adultez; Chris Weitz los trata como niños que jamás madurarán. Cuestión de negocio. Por eso era pertinente la pregunta de antes, porque malévolamente hay una bomba ideológica encerrada en Luna nueva. Aquí, de acuerdo con los dictados de la autora literaria, se habla del tiempo del lobo. Si Crepúsculo relampagueaba sobre el resplandor perverso e inquietante de los vampiros, Luna nueva explota la veta del hombre lobo sugiriendo desde su título el comienzo de su debacle.
Todos los aficionados al género saben que los hombres lobo sólo alcanzan su plenitud salvaje con la luna llena. De manera que aquí, que todo empieza con la disolución de la luna que se deshace en la nada, ya se nos advierte que estamos invitados a una ceremonia de la languidez, un ritual de desvanecimiento cursi sublimado por una iconografía pseudo-prerrafaelista.
El filme que arranca con una pesadilla, la de la inevitable vejez de los humanos frente a la inmutabilidad de los vampiros, deja su sitio al trasiego impúber, al juego infantil desprovisto de cualquier insinuación perturbadora. Estamos ante el triángulo en versión superfan. Ojerosa por amor, la chica se debate entre el malote gótico y el buenazo cachas. Convertida en caperucita inapetente en un bosque de diseño, su cestita virginal oscila entre ser nutriente del lobo feroz o entregarse al cazador sanguinario. Ella es la base de un triángulo enfermo que podría sanar si amara a ese amigo humano y normal pero, éste, vomita de miedo cada vez que ve una película gore. Ya lo saben las adolescentes, el tiempo de los héroes pasó. Ahora sólo quedan monstruos.
Si en Crepúsculo, la estética y la acción sostenían la débil densidad dramática, aquí todo se torna agónico, todo resulta previsible, soso e incluso hasta políticamente incorrecto. Pero ¿qué más da?