Desde que pisé por primera vez la que terminaría siendo mi casa hasta que firmé la hipoteca transcurrió aproximadamente un mes. Reconozco que guardo un recuerdo bastante borroso de aquellas semanas repletas de nervios, de cálculos y de visitas al banco. Semanas, en definitiva, en las que todo parecía dirigirse a dar respuesta a una pregunta: ¿fija o variable? Elegí variable, es la decisión que tomé. Y durante aproximadamente cinco años me he beneficiado de aquella elección. Mientras los tipos de interés han sido bajos, incluso negativos, la cuota se ha mantenido por debajo de la que me hubiera correspondido de haber optado por el tipo fijo. Ahora, las cosas han cambiado. Los tipos han subido y mi cuota, como la de todas las personas que optaron por una hipoteca variable, también.

Estos días hemos conocido que un partido ha propuesto limitar el euríbor para evitar que las cuotas sigan subiendo. Lo que a simple vista puede parecer una medida bienintencionada es, a todas luces, injusta. Sí, porque aunque algo me pueda beneficiar a mí, y en este caso lo haría, puede no ser justo. Y no lo es en la medida en la que he pagado una cuota más baja que quienes optaron por el fijo, que prefirieron la seguridad a la incertidumbre, y que han estado pagando por ello durante todo este tiempo. Cualquiera con un mínimo sentido de la justicia apreciaría el agravio comparativo y cerraría la puerta a este interesado debate. Otra cosa es discutir si es lógica la subida de tipos de interés para poner freno a la inflación, o, dicho de otra forma, si tiene sentido incrementar trescientos euros la hipoteca para evitar que suba treinta euros la factura de la luz. Lo que no tiene discusión es la necesidad de reforzar la educación financiera, porque no es aceptable terminar la educación obligatoria sabiendo resolver ecuaciones de tercer grado o identificar el complemento directo de una oración, pero sin haber oído hablar de términos como rentabilidad o tipos de interés.