amás hubiera pensado que hoy tocaría hablar del inicio de una guerra en Europa.
Vaya por delante que quien suscribe no es experta en política internacional y desconoce la letra pequeña que pueda explicar la vuelta de la sinrazón a nuestro continente en el siglo XXI. Sin embargo, sí me reivindico como una firme defensora de los derechos humanos, que la locura de Vladimir Putin ha arrasado, una vez más, en Ucrania.
Pese a mis buenas intenciones, les reconozco que hace tiempo que dejé de lado mi candidez para saber que son los intereses económicos los que, lamentablemente, empujan de un lado a otro para tomar partido en un determinado conflicto o situación. Así, quien dispone de influencia monetaria -en forma de gas, petróleo u otro activo- tiene el aval de la comunidad internacional para hacer y deshacer a su antojo. No podría entenderse, de otra manera, cómo España abandonó a su suerte al pueblo saharaui en 1976; cómo Israel permanece impune de sus ataques indiscriminados a Palestina; o cómo Estados Unidos dejó en manos de los talibanes -ni hace medio año- a mujeres, niñas y resto de la población en Afganistán. Etc, etc.
Hoy, esos mismos países -y junto a ellos muchos más- elevan la voz y los castigos para tratar de doblegar al presidente ruso. Pero, puesta a defender las injusticias, sería faltar a la verdad el reconocer que Vladimir Putin nos ha avisado de sus intenciones cuando y como ha querido.
En multitud de ocasiones, el presidente ruso ha mostrado su pasión por el libro de El Principito, la novela de Antoine de Saint-Exupéry, escogiendo fragmentos que bien merecen ahora más que una reflexión. Así, en una ocasión, recuperó del libro la siguiente cita: "Hay una regla firme. Levántate por la mañana, lávate la cara, ponte en orden e inmediatamente ordena el planeta.(...). Es un trabajo muy aburrido, pero no es nada difícil".
En 2014 invadió la región ucraniana de Crimea y ocho años después, las miles de personas desplazadas por aquel conflicto hoy nos echan en cara, con razón, "ya os lo dijimos". Es verdad. Y él también. Pero se ha preferido oír, ver y callar. Y ahora Ucrania paga las consecuencias de una estrategia económica para la que no hace falta ser experta internacional.