is hijas y yo solemos ojear a veces el periódico. Intento obviar las imágenes cruentas, los textos morbosos, las realidades incómodas que algún día conocerán, pero no es fácil. Porque mis hijas, como todas las criaturas, son muy listas. Y curiosas. Una de sus preguntas suele ser por qué en esas fotos de grupo de gobiernos, parlamentos, equipos directivos o sesudas conferencias aparecen tan pocas mujeres. Y si alguna es mamá. Me quedo petrificada pensando en cómo se lo explico sin dejarme llevar por la mala leche. No sé si decirles que, a veces, las mujeres no gustamos mucho en la grandilocuencia. O si decirles que, además, sólo las mujeres podemos traer bebés al mundo, lo que, al parecer, nos convierte en seres incompatibles con un trabajo sesudo y exigente. No sé si decirles que nuestra atención cuando somos madres se vuelca en el ser que hemos parido y que, curiosamente, eso se considera en el terreno laboral como un signo de debilidad y poco compromiso. Mis hijas siguen esperando una respuesta. Y entiendo su curiosidad, claro. Porque, si lo pensamos un momentito, las mujeres en general y las madres en particular tenemos muchas (y altas) capacidades, que compaginamos a diario. Nuestra capacidad de decisión, organización (y sacrificio, si nos ponemos) no tiene límite. Apartamos literalmente nuestra vida para criar y después la retomamos (o lo intentamos) mientras seguimos criando. Organizamos el calendario, la logística familiar, un armario entero o las vacaciones de verano mientras vamos de camino al trabajo, estamos en el dentista, atendemos una crisis entre hermanas o hablamos por teléfono. Decidimos todo el rato, a veces seguras y otras cruzando los dedos. Pero nada nos detiene. Así que no sé explicarles por qué no estamos más presentes en esos foros. Pero mis hijas tienen claro que ellos se lo pierden. Y a mí, de momento, me vale con eso.
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