las mujeres nos falta la épica. Lo escucho en una conversación entre dos referentes del feminismo, Ana de Miguel y Amelia Valcárcel. Señalan que en la Historia no ha trascendido apenas nada de la aportación de las mujeres y su aparición en el relato ha estado siempre ligada a un ámbito privado de cuidados de la familia o al de objeto de deseo para el hombre. La épica ha estado ligada a las hazañas de los hombres, a sus conquistas, descubrimientos, gestas y proezas. Las mujeres acompañaban o pasaban por allí. Veo la foto de la trabajadora del Congreso de los Diputados que ya se ha hecho famosa, Valentina. Subida al estrado, el lugar desde el que se habla de “las cosas importantes”, con mascarilla y guantes, pasando un trapo al micrófono para desinfectarlo. Y me parece que por un momento la épica está ahí, en esa foto, en ese foco. En ese pararnos a mirarla. Una mujer invisible que, de repente, ante una situación de emergencia, aparece iluminada. Y junto a ella aparecen muchas otras mujeres a las que casi no vemos pero sostienen la vida diariamente. Mujeres que trabajan dentro y fuera. Mujeres en sectores feminizados y en consecuencia menos valorados: auxiliares de enfermería, cajeras de supermercados, reponedoras, cuidadoras, cocineras, empleadas de hogar... Siguiendo una tradición de trabajos invisibles que sostienen la vida. Esta crisis nos está dejando entrever lo importante. Está revelando a una sociedad cegada por el individualismo que no somos personas autónomas sino absolutamente interdependientes. Que los cuidados son la columna vertebral que sostiene nuestras vidas y que necesitamos lo colectivo, lo público, para cuidarnos. Que hay que poner el cuidado en el centro y no puede recaer de manera abrumadoramente mayoritaria en los cuerpos de las mujeres. Necesitamos una épica. Necesitamos aplausos para ellas desde los balcones y desde el hemiciclo. Pero sobre todo necesitamos que tengan trabajos dignos, valorados, bien pagados y bien repartidos.