zunilda tiene 31 años, un hijo adolescente y muchos trabajos. Lleva pocos años en el país y, aunque por fin consiguió el permiso laboral, nadie quiere contratarla y todos sus clientes prefieren pagarle en negro. Le dicen que es un lío, que la limpieza les sale más cara y que, total, a ella tampoco le va a solucionar nada. Pero Zunilda piensa que no puede seguir así por mucho tiempo. No es que le falte el dinero, no necesita pedir ayudas. Es que sabe que está fuera del sistema y que ese es un motivo más que se añade a todos los que tiene de serie para ser siempre alguien de fuera y nunca alguien de aquí. Zunilda dejó a su hijo en Paraguay cuando tenía año y medio y lo vio crecer entre lágrimas por Skype. Pudo traerlo cuando cumplió los siete y durante mucho tiempo los dos se sintieron igual de extraños. Ahora su hijo es más de aquí que de allí pero no acaba de encajar. Es mucho más inteligente que el resto, ella lo sabe. Por eso siempre le dice que estudie, que estudie mucho. Para no tener que marcharse a otro país a empezar de cero. Zunilda también acaba de terminar el nocturno de contabilidad. Hoy es su primer día de prácticas. Sabe que cabalga a lomos de una pescadilla que se muerde la cola y que le predice perversa que nunca trabajará en una oficina porque no tiene experiencia y tampoco puede tenerla porque nunca le darán la oportunidad. Pero a ella la esperanza no le abandona. Se arregla con esmero frente al espejo y llega puntual a su cita. La dueña de la empresa se alegra de tenerla allí. Por las mañanas sigue haciendo las limpiezas en las casas. Hoy una clienta le ha dicho: “No se te ocurrirá hacer huelga el día 8, ¿verdad?”. Y ella le ha contestado que no señora, claro que no. Pero ese día tiene planeado acabar antes para ir con unas a amigas a las 12 a la Virgen Blanca y sentir, por un momento, que forma parte de este mundo.