y aquí estamos, un año más, enterrando la sardina. Dice mi andereño de euskera que la palabra inauteriak viene del verbo inauzi, podar. Y que era cuando los jovenzuelos del pueblo podaban, que hacían un fiestón para despedir al invierno y saludar a la primavera. Luego, claro está, vinieron los apaizak a modificar un poco el tema y liarlo con la Cuaresma y no sé qué cosas más. Hace unos años nosotros vivíamos el Carnaval a tope, después estuvimos en barbecho y ahora volvemos con toda la artillería y dos niños de tres años. De todas las lectoras asiduas a esta columna es sabido que no somos los reyes de la aguja y el hilo así que, en un acto consumista que lleva a la ruina nuestros argumentos anticapitalistas, compramos los disfraces en la tienda. Eso sí, los eligen los recién llegados a la familia. Este año la temática ha sido animalista. Somos una familia bien avenida de tres cocodrilas y un elefante. Ellos han decidido pintarse los labios bajo su capucha de hocico lleno de dientes afilados y yo he tenido que secundar la propuesta. El emparejamiento con el paquidermo no sabemos muy bien de dónde viene, pero en nuestro caso está claro que el gen reptil ha sido el que ha predominado tras la cópula. Chúpate ésa Darwin. Así que, si me abstraigo un poco de la vorágine del desfile de carnaval y nos veo a los tres como una observadora ajena, me salta una risa floja que no puedo controlar. Yo siempre he sido una payasa. Y no hace falta que me piquen mucho para hacer payasadas. Pero quién te iba a decir a ti, Don Serio, que ibas a terminar embutido en un mono con capucha, trompa y orejones. Por mi parte, sólo puedo agradecerle a la paternidad y ahora al carnaval que estén sacando lo mejor de ti. Que te estén sacudiendo los bochornos y te saquen brillo al niño que tenías dentro. Y a esta payasa le encantan tus payasadas. Gora inauteriak!!
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