Ni el más pesimista de los aficionados baskonistas podía imaginar un guión tan desfavorable y terrorífico en todos los sentidos. Ante un Real Madrid armado hasta los dientes y con el juego interior más dominante del Viejo Continente pero también con graves problemas en el timón y huérfano de bases puros, cabía la esperanza de, al menos, competir con cierto decoro. Sin embargo, la cruda realidad han sido dos derrotas inapelables, únicamente maquilladas en los minutos de la basura cuando el ogro blanco levantó el pie del acelerador.

El Baskonia regresó el sábado por la noche a casa con la pesada mochila de ese 2-0 en contra, un resultado que nadie ha conseguido levantar en esta antesala de la final a lo largo de la historia. Una eliminatoria muy desequilibrada que, salvo un ramalazo de orgullo por parte de los alaveses al calor del Buesa, puede vivir este martes su último capítulo.

Sin embargo, al margen del doloroso marcador lo realmente preocupante es la sensación de inferioridad paseada durante ochenta minutos tormentosos donde la escuadra vitoriana ha sido superada de cabo a rabo. Apenas hay algún clavo ardiendo al que agarrarse para que florezca algo de optimismo entre una hinchada resignada a su suerte.

El billete para la final se ha convertido en una auténtica quimera para el Baskonia teniendo en cuenta no solo la fortaleza merengue sino también la propia falta de fe del equipo vitoriano, completamente entregado, sin soluciones desde el banquillo y que contra todo pronóstico no emite ningún síntoma de rebeldía para intentar revertir su suerte en este cruce. Mientras ello sucede, Spahija, que agota sus últimos días al frente del banquillo baskonista, se encuentra en el centro de muchas críticas por su inmovilismo e incapacidad para involucrar a más piezas en la pelea, sobre todo Sedekerskis.

Porque una cosa es asumir que el Real Madrid es, en condiciones normales, un rival inalcanzable con un gigante como Tavares extendiendo el terror en la pintura y otra bien distinta son los complejos mostrados por un maratoniano Baskonia pesado de piernas y también desgastado en el plano mental tras una temporada extenuante donde se ha visto sostenido por muy pocos efectivos.

Desde luego, se esperaba otra respuesta más aguerrida de un Baskonia que, pese a su inestabilidad a lo largo de todos estos meses, esgrimió argumentos convincentes en la serie ante el Valencia Basket como para soñar con plantear una mayor oposición al vigente subcampeón de la Euroliga. Pues bien, en el WiZink Center ni siquiera ha hecho cosquillas a un Real Madrid que ni se ha inmutado pese a sufrir las ausencias de Williams-Goss, Abalde y Llull.

la ley de tavares

El cuadro merengue ha circulado a través de una alfombra roja porque el Baskonia no le ha exigido en ningún instante. Al margen del desacierto exterior, vital para un equipo como el vitoriano con una propuesta tan volcada hacia el perímetro, la eliminatoria está teniendo un nombre propio: Tavares. El interminable poste caboverdiano siempre empequeñece a sus rivales, pero Spahija no ha sabido idear un plan en la pizarra para sacarle de su zona de influencia y que su sombra no sea tan alargada en cada ataque azulgrana.

El Baskonia ha mostrado una clara inferioridad en todos los apartados del juego. Reparte menos asistencias, pierde más balones y casi nunca puede correr porque el rebote es cosa de los poderosos postes merengues. A todo ello se suma que la mayoría de jugadores se encuentran desaparecidos en combate. Tan solo se pueden rescatar algunos fogonazos aislados de Fontecchio en el duelo inaugural y de Marinkovic en el segundo, al margen del sacrificio de un Wetzell generoso en el esfuerzo pero también con limitaciones.

De la columna vertebral de Spahija, no se salva casi nadie. Baldwin, de nuevo más pendiente de guerras estériles con los árbitros, ha vuelto a ofrecer su peor cara, Giedraitis ha perdido su efecto intimidatorio del pasado curso y entre los hombres altos Enoch demuestra día tras día que continúa demasiado verde para determinadas refriegas de la máxima exigencia. Costello, todo pundonor y siempre voluntarioso, no basta para capear el temporal.

Queda tan solo apelar al calor del Buesa Arena para evitar un 3-0 por la vía rápida, aunque la fiabilidad del Baskonia como local en estos últimos tiempos deja bastante que desear. En caso de morir, se trata de hacerlo con las botas puestas y vendiendo cara la piel para afrontar las vacaciones con otro sabor de boca. El público ayudará, pero las respuestas están en manos de Spahija y la plantilla.

En Vitoria en 2014. Peppe Poeta, quien fuera jugador del Baskonia durante parte de la temporada 2013-14 compartiendo equipo entre otros con Lamar Odom a las órdenes de su compatriota Sergio Scariolo, anunció ayer su retirada del baloncesto a los 36 años. El base italiano, que desarrolló toda su carrera en su país natal salvo dos experiencias en España -además de en el Baskonia, también militó en el Manresa en el ejercicio 2014-15-, podría pasar a engrosar a partir de ahora el staff técnico de Gianmarco Pozzecco en la selección azzurra. Poeta, un base de 1,90 metros sin una gran explosividad física, cayó simpático en la afición azulgrana debido a su espíritu de lucha y sus buenas palabras siempre hacia la entidad baskonista. Durante su carrera tan solo ha ganado un título, en concreto la Copa del Italia del 2018 cuando vestía la camiseta del Pallacanestro Torino, y sus dos últimas campañas las ha jugado en el Vanoli Cremona. “Nunca imaginé jugar en la Serie A, en la Euroliga o incluso vestir la camiseta de los azzurri más de cien veces”, subrayó Poeta en una carta que colgó en Instagram este domingo para confirmar la noticia. El Baskonia le deseó “éxitos en su nueva etapa”.

La tropa vitoriana, carente de frescura y acierto, ni siquiera ha hecho cosquillas a un rival en el que el caboverdiano sigue extendiendo el terror