Sin pívots, también privado de una rotación acorde a lo que exige una competición de tronío como la Euroliga pero, sobre todo, sin alma competitiva. Definitivamente nadie acude al auxilio del Baskonia más triste y sonrojante de la historia moderna.

Ni desde las altas esferas del club, con una inacción sorprendente a la hora de reforzar un plantel que pide a gritos la llegada de algún hombre alto, ni desde el banquillo con un Neven Spahija incapaz de brindar soluciones a tanto desaguisado, ni tampoco desde dentro del propio plantel, repleto de jugadores sin confianza y huérfano del imprescindible orgullo para evitar el escarnio de verse atropellado por cualquier adversario un día sí y al siguiente también.

Aunque todavía resta mucha temporada, la sensación de dimisión generalizada ya es patente a todos los niveles. Cuesta digerir que la mayoría de las afrentas del Baskonia este curso queden servidas desde el cuarto inicial con una puesta en escena tan tétrica que permite al oponente de turno dispararse hasta los 20 puntos de ventaja en el marcador. La solvencia con la que un anfitrión menor como el Panathinaikos manejó la velada hizo daño a la vista.

Y es que los peores fantasmas de una temporada tormentosa reaparecieron en un OAKA casi desértico. En la guarida de un Panathinaikos que es, de largo, uno de los equipos más endebles de esta Euroliga y también presentaba bajas sensibles en su engranaje, el Baskonia volvió a rubricar la enésima lección de incapacidad.

Muchas veces se ha presenciado a lo largo de los últimos meses una película de estas características con un colectivo azulgrana inoperante en todas las facetas y sin el menor espíritu competitivo, de ahí que el doloroso correctivo tampoco pillara desprevenido a prácticamente nadie.

El maquillaje del epílogo, propiciado básicamente por la relajación helena y la decisión de Dimitris Priftis de retirar a su quinteto titular, no puede empañar otra aciaga noche que pasa a engrosar la interminable lista de decepciones de los últimos tiempos.

Con un equipo de absolutas circunstancias en el que el único jugador interior disponible (Enoch) apenas dispuso de descanso por las numerosas bajas interiores -la de Costello fue la última por culpa de un inoportuno esguince de tobillo-, tan solo hubo que celebrar una noticia positiva en tierras atenienses. Esa no fue otra que los primeros minutos oficiales de la campaña para Sander Raieste, quien por exigencias del guión encima tuvo que desempeñar una función atípica como interior.

El alero estonio, cuya reaparición se ha retrasado más de la cuenta tras la operación de menisco a la que fue sometido en verano, retornó a la acción en un partido sin ninguna historia. Finalmente fueron casi 10 minutos en los que, si bien no anotó ningún punto tras fallar su único triple, atrapó tres rebotes, repartió una asistencia y colocó un tapón a Kavvadas como acción más meritoria. Marinkovic también regresó al primero plano tras superar el covid-19, pero hace tiempo que lo del escolta balcánico -ayer tres puntos en 14 minutos de juego- es un caso perdido.