- Un arranque traumático que auguraba lo peor con un equipo carente de identidad y humillado por toda clase de rivales, una trama teñida de miedos por el patógeno en medio de muchas incógnitas sobre la vuelta del baloncesto y un desenlace a todas luces embriagador que ha servido para dar carpetazo a la sequía más larga de títulos que se recuerda.

De ver cómo una temporada torcida desde sus albores podía consumirse con más pena que gloria a celebrar un hito formidable. Renacido tras una pandemia que sirvió para redimirse de los pecados, el Baskonia terminó mirando al resto por encima del hombro. En el deporte profesional, en ocasiones, una línea muy delgada separa el infierno del cielo y la escuadra alavesa acaba de experimentarlo en sus propias carnes.

El 24 de diciembre del año pasado, día de Nochebuena, marcó un antes y un después en la trayectoria de un colectivo que tras irradiar pésimas sensaciones durante muchos meses supo fabricar en pleno confinamiento una coraza de hierro hasta ascender el 30 de junio a los altares. Y todo ello por obra y gracia de una figura carismática a la que los partidos que integran el Consistorio gasteiztarra deberían conceder algún cargo honorífico dentro de la ciudad para ver recompensada su impagable labor.

Pese a las reticencias de un sector de la afición que veía en él a una alguien caduco para seguir ejerciendo a estos niveles, Dusko Ivanovic desembarcó por tercera vez en el Buesa Arena en lugar de Velimir Perasovic con el fin de erigirse en el reanimador perfecto de un grupo de jugadores que casi más que un entrenador necesitaban una especie de psicólogo. Sacudir sus fantasmas, recuperar la autoestima y devolver la confianza extraviada en algún lugar eran los cometidos encomendados al montenegrino.

Tras unas titubeantes semanas iniciales donde tampoco parecía dar con la tecla a la hora de enderezar el rumbo de un Baskonia deprimido, comenzó a hacerse la luz poco a poco. Antes de la pandemia llegaron cinco victorias consecutivas que colocaban a los vitorianos en la senda de la recuperación. Durante el confinamiento y tras la confirmación definitiva por parte de la Asamblea de la ACB de que la temporada se retomaría con un torneo exprés de 12 equipos en dos semanas en Valencia, el plantel inició una meticulosa preparación que le ha conducido hacia una gloria impensable.

Sin la emergencia sanitaria, difícilmente habría sido capaz el Baskonia de conducir el cuarto galardón de su historia a las vitrinas del Buesa en un play off al mejor de cinco duelos ante el Barcelona o el Real Madrid, pero esta certeza no resta ni un ápice de mérito a una gesta de dimensiones siderales. Ni es un éxito con asteriscos, como han llegado a afirmar algunos, ni hay que poner paños calientes al trofeo levantado al cielo por Tornike Shengelia, un capitán que ha vivido una despedida de ensueño antes de volar hacia Moscú.

El mismo grupo triste y sin rumbo que quedó excluido del cartel copero allá por febrero de este año en Málaga y marchaba octavo de la fase regular antes de la interrupción de la fase regular terminó coronado el pasado martes en Valencia como un merecido campeón. Nadie ha sabido adaptarse mejor que él a las particulares circunstancias de un torneo en el que había que hilar muy fino para medir los esfuerzos. Nadie como Ivanovic para inyectar sangre en los ojos a un grupo de guerreros dispuestos a pelear como auténticos jabatos por la causa azulgrana.

Se sabía de antemano que al técnico de Bijelo Polje le sientan como anillo al dedo las batallas consistentes en esfuerzos cortos y el Baskonia ha demostrado estar varios peldaños por delante del resto en cuanto a físico, fortaleza mental y capacidad de supervivencia en los encuentros. Es incuestionable que también le ha sonreído la fortuna en varios momentos críticos donde estuvo contra las cuerdas y no se despeñó hacia el vacío tras los triples errados por Axel Bouteille, Jordan Loyd y Cory Higgins, pero el Kirolbet ha recibido una gloriosa recompensa a una fe grandiosa, su tesón y una perseverancia coronada por una mágica puerta atrás entre Achille Polonara y Luca Vildoza que ha supuesto una de las páginas más bellas de la historia del club alavés.

Acaba de dejar atrás el Baskonia una temporada de contrastes que amenazaba ruina. Desde la lesión de Jayson Granger en el primer partido oficial y los problemas de Luca Vildoza en el hombro acaecidos en la visita continental al Khimki, sin obviar que Pierria Henry también quedó fuera de combate durante más de un mes, una especie de maldición azotó al puesto de base. Para compensar tanto problema, llegó un Semaj Christon que dejó buenas sensaciones antes de su espantada en pleno covid-19. Para colmo de males, la rodilla de Patricio Garino se rompió en pedazos en noviembre dejando al Baskonia sin otra pieza vital para insuflar su energía.

Shengelia, el alma azulgrana, estuvo solo ante el peligro mientras muchos de los fichajes del pasado mercado estival comenzaban a estar en el punto de mira de una afición resignada. Nik Stauskas -suplido por un jornalero eficaz como Zoran Dragic- fue una apuesta fallida como el anhelado killer para el perímetro y un especialista del tiro como Matt Janning naufragó a la hora e proporcionar algo de mordiente. La sombra de Vincent Poirier en el juego interior fue alargada ante la raquítica aportación de Micheal Eric y Youssoupha Fall, un gigante que en su primera temporada al más alto nivel ha demostrado estar muy verde para salir indemne de las ásperas refriegas ante los pívots más poderosos del Viejo Continente.

Bajo estas premisas, el Baskonia se presentó en Valencia sin el cartel de favorito. Era un escenario similar a los vividos en 2002, 2008 y 2010, años de sus anteriores conquistas. Los focos apuntaban hacia el enésima pulso entre los dos grandes para dirimir la identidad del campeón. El Real Madrid, sonrojado por dos modestos como el Burgos y el Andorra, se quedó por el camino en la fase de grupos. Sorteados dos escollos durísimos como el Unicaja y el Valencia en sendos finales de infarto, el Barcelona de los 40 millones de euros sufrió un ataque de pánico en una final que perdurará durante años en la memoria de los seguidores azulgranas.

La demostración una vez más de que, como Dusko Ivanovic patentó en su día con una de sus frases más celebres, "la realidad es mucho más bonita que los sueños". Pleitesía hacia un técnico que sigue alimentando su leyenda en el Baskonia con su séptimo entorchado -3 Ligas ACB, 3 Copas y una Supercopa, sin obviar las dos finales de Euroliga- y también una plantilla que, huérfana del desbordante talento de otras que igualmente hicieron historia en el pasado, ha demostrado estar hecha de una pasta especial para romper un mal fario que duraba una década.

El entrenador montenegrino supo cambiar poco a poco la mentalidad de una plantilla sumida en el más absoluto de los abatimientos

Las lesiones, centradas en el puesto de base, y algunos fichajes fallidos pusieron excesivos palos en las ruedas para el crecimiento