La posición de base es la más determinante en el mundo del baloncesto porque las manos del director de juego suponen el punto de partida de todos los ataques y desde ahí se tiene que generar el juego para el resto de los componentes del equipo. Si quien lleva la batuta no es capaz de encauzar el juego del colectivo, el desastre está prácticamente asegurado. Y precisamente eso es lo que le está ocurriendo al Kirolbet Baskonia esta temporada, una historia recurrente la del naufragio de Luca Vildoza y Pierria Henry que ayer en Zaragoza vivió un nuevo capítulo funesto. Basta con señalar que los minutos finales de Sergi García, con la ventaja de que el rival bajó el pistón con la victoria ya asegurada, firmó muchos mejores números y ofreció unas sensaciones muy superiores a los dos jugadores llamados a llevar el timón de un equipo al que están conduciendo directamente al precipicio con su acumulación de malas decisiones. Por eso, el juego baskonista es el de un equipo completamente descabezado, carente del criterio y la inteligencia que se requiere en la dirección.

El esperado salto adelante de Vildoza que ya se lleva tiempo aguardando no aparece por ninguna parte; muy al contrario, los saltos los están dando en su involución. Una incapacidad absoluta para la lectura del juego, como si sufriese ceguera para ver a los compañeros que se encuentran en mejores posiciones y eligiese siempre la solución más complicada. El resultado de esa tendencia recurrente a buscar al jugador equivocado, su prácticamente nula incidencia en cuanto a pases de canasta. Que ayer diese una sola asistencia ya no sorprende, amén de una carta de lanzamiento horripilante con un solo acierto en el tiro -un triple en los segundos finales- en sus ocho lanzamientos.

En el caso de Henry, a los malos registros numéricos se une su deambular por la cancha. Un hombre que se presentó en Vitoria con una sonrisa que ocupaba todo su rostro se ha instalado en la tristeza más absoluta, al mismo nivel de un juego paupérrimo por su parte. De un tiempo a esta parte, ha decidido que para él la canasta del rival no existe y ha optado prácticamente por dejar de mirarla -ayer un solo tiro en trece minutos-, lo que le convierte en un jugador muy sencillo de defender y facilita la opción de los rivales de mandar a su pareja a las ayudas y dificultar la anotación de otras figuras más peligrosas.

Henry sumó un par de asistencia a la única que repartió Vildoza. Una cifra de tres pases de canasta que en poco más de seis minutos sobre el parqué mejoró Sergi García -el pabellón Príncipe Felipe le pasó factura por su marcha al Valencia de años atrás- con cuatro. El balear, aprovechando que el Zaragoza había bajado ya el pistón, aplicó dinamismo a la ofensiva y fue capaz de trasladar el balón con velocidad a compañeros que se encontraban en situaciones cómodas para anotar, como evidenció en la conexión con Micheal Eric.