En los cuentos infantiles clásicos acostumbra a aparecer la figura de una princesa cautiva, retenida contra su voluntad en la torre de algún castillo, cuya liberación se convierte en el objetivo vital del protagonista de la historia. Pues bien, ese papel, el de encerrado, perfectamente se le podría asignar a uno de los adversarios con los que se va a medir esta tarde el Kirolbet Baskonia en el estreno oficial de su temporada. Se trata, claro está, de Darío Brizuela, la perla estudiantil que se ha visto obligada a lucir su brillo en cautividad.
Porque ese es el epílogo que ha tenido definitivamente uno de los culebrones más intensos del verano baloncestísticos. El escolta, nacido hace 24 años en San Sebastián y sobrino del exjugador del Baskonia y actual técnico de las categorías inferiores del Araski Txus Brizuela, protagonizó el pasado curso su gran explosión. Seguido muy de cerca por los clubes más importantes desde su infancia, ha mantenido una evolución constante a lo largo de los años en las categorías inferiores y en el ejercicio 2015-16 se instaló definitivamente en la primera plantilla del Estudiantes.
Con los del Ramiro atravesando una grave crisis económica, la apuesta por la cantera se convirtió casi en una obligación y sobre las espaldas del donostiarra se depositaron muchas de las esperanzas de supervivencia de la entidad. Una carga que asumió sin rechistar y con la que fue cumpliendo paulatinamente hasta convertirse, la pasada campaña, en la gran referencia del equipo. No solo por sus prestaciones sobre el parqué sino por su capacidad de liderazgo y los intangibles que aporta dentro de la pista.
Una actuación tan brillante que le llevó a ser el cuarto máximo anotador de la ACB a la conclusión del ejercicio y a ser reclamado por Scariolo para defender la camiseta de la selección en las ventanas en las que se puso en liza el billete para el Mundial. En definitiva, un escenario aparentemente idílico para un jugador que daba claros síntomas de estar entrando en su plenitud y que acababa contrato con el club madrileño el pasado junio.
Como no podía ser de otra manera, su futuro se subastó entre las escuadras más importantes hasta que, definitivamente, fue el Valencia Basket -fiel a su costumbre de apostar fuerte por el producto español- el que se llevó el gato al agua. O al menos eso era lo que parecía. Porque el Estudiantes se resistió a perder a su gran joya y lo incluyó en el derecho de tanteo. Una maniobra destinada aparentemente a obtener una compensación económica por su marcha pero que, al final, ha ido mucho más allá.
En un ataque de orgullo, la directiva estudiantil igualó la oferta del Valencia (600.000 euros por una temporada) y, en consecuencia, Brizuela volverá a ser este curso la referencia del equipo. Una buena decisión en lo deportivo para los del Ramiro pero que hipoteca aún más su maltrecha economía y les deja casi sin recursos para el resto de la plantilla. Por si fuera poco, su excompañero Gian Clavel ha avivado el fuego estos días denunciando que el club madrileño mantiene deudas con sus jugadores y advirtiendo de que La Mamba “no va a ver ni la mitad de lo que le han firmado”. El tiempo se encargará de demostrar si tiene razón pero, de momento, la perla Brizuela juega en cautividad.