Había avisado Pablo Laso que viajaba a Santiago de Compostela para ganar y a fe que cumplió su palabra. Se llevó la Supercopa el técnico del Real Madrid y lo hizo además con justicia en términos generales al imponerse a un Baskonia que aunque es cierto que le plantó cara en gran parte del encuentro, finalmente no fue capaz de leer el partido en los últimos dos minutos. Justo lo contrario de lo que sí supo hacer el día anterior, cuando neutralizó el empuje de un Barça que llegó a estar a 20 del Baskonia y a punto estuvo de darle la vuelta a la semifinal.

Ayer, como se decía, no sucedió eso y el Real Madrid se coronó campeón, confirmando que es, sin duda, el gran rival a batir esta temporada aún sin Doncic en su filas. Un rival, sin embargo, al que Kirobelt Baskonia se impuso en tres de los cuatro cuartos, lo que da una idea de que la distancia en estos momentos entre ambas escuadras no resulta tan grande. Quizá sí los respectivos fondos de armario, que es el lugar donde se ganan o pierden los partidos. Pablo Lado tiró ayer con maestría del suyo para apretar con dureza la dirección baskonista y acertó. Porque ni Granger, ni Vildoza ni Huertas supieron contrarrestar ayer el acierto en los instantes finales de Campazo -terminó con 13 puntos-, ni por descontado acertaron a guiar con temple y decisión a sus compañeros. La consecuencia fueron varias pérdidas y otros tantos ataques sin ningún sentido que terminaron en manos de los blancos. El Madrid se empleó a fondo sobre el trío de bases baskonistas y aquella vieja debilidad que ya el pasado curso asomó en las filas azulgranas, resucitó ayer para el nerviosismo del personal. Cierto que aún está el equipo en pretemporada pero convendría tomar nota de estos viejos vicios para enmendar la plana de cara a una campaña histórica donde los errores van a estar más penados que nunca.

A pesar de la derrota de Santiago, la lectura del torneo ofrece buenas sensaciones entre las filas vitorianas. Algunas incorporaciones como la de Shields dieron un paso al frente. Creó, anotó y asistió el americano con una soltura que, por ejemplo, no se apreció en Hilliard, que más allá de firmar cuatro asistencias apenas se mostró a lo largo de toda la final, quedando en evidencia al comparar las aportaciones que sí realizaron algunos de sus pares en el Real Madrid como Prepelic, sin ir más lejos. Su ritmo de adaptación, por tanto, deberá aumentar las revoluciones.

También se agradeció el regreso del Pato Garino en los dos partidos, y los fogonazos de un Diop demasiado intermitente que este curso, definitivamente, se enfrentará a su prueba de fuego a la hora de medir su progresión en las filas baskonistas.

En el debe de Pedro Martínez, más allá de esa falta de un timón claro que gobierne el tiempo y juego del plantel -Vildoza fue ayer un manojo de dudas y Granger fue una sombra respecto a su papel en la semifinal ante el Barça-, deberá Baskonia ajustar mucho más los automatismos que tanto daño le hicieron ayer en los instantes finales del partido, afinar cuanto antes la puesta a punto de varios de los integrantes de la plantilla -la famosa pretemporada interruptus ha causado notables contratiempos- y acelerar la confianza de activos como Janning, ayer una rémora desde el exterior, o el poste alemán Voigtmann, que apenas ejecutó dos tiros en 25 minutos.