vitoria - Disgustos ha habido de sobra como para aprender la lección, pero el Baskonia sigue empeñado en tropezar en la misma piedra en una campaña donde la regularidad brilla por su ausencia. Han sido cuatro puñaladas cortadas por el mismo patrón, acontecidas sobre todo en el peor momento posible y de las que es imposible no acordarse ni sentirse frustrado. Si la temporada del Baskonia acaba de manera discreta, como así se deduce de su manifiesta incapacidad para resolver partidos de gran calado en los que hay un jugoso botín en juego, siempre habrá que maldecir el fatídico desenlace de varias citas en el Buesa Arena en las que, con todo a favor y con las mejores perspectivas a la hora conseguir un salto cualitativo diferentes torneos, salió a relucir la controvertida mentalidad ganadora de un equipo empeñado en desaprovechar las oportunidades de oro que le va brindando el calendario.
Real Madrid, Panathinaikos, Zalgiris y Unicaja han desnudado la fragilidad anímica y mental de un Baskonia al que le faltan horas de vuelo para erigirse en una alternativa al poder establecido. Amaga pero no golpea un colectivo con extremas dificultades para lograr el ansiado equilibrio que requiere el farragoso acceso a los títulos o finales. Por lo visto hasta ahora, resulta imposible escalar esos últimos metros cuando uno ya divisa la cima con el consiguiente mal sabor de boca.
La actual nómina azulgrana está compitiendo de forma notable pese a las carencias estructurales de su plantilla como la ausencia de un escudero de garantías para Larkin, la poca amenaza triplista más allá de Beaubois o la orfandad de un cinco dominante bajo los aros. Por encima de esas consideraciones, lo que sí se echa de menos es la falta de un gen ganador e instinto asesino tatuados en el rostro. A la hora de la verdad, el vitoriano es un grupo que se arruga, adolece de dureza mental en momentos calientes y maldice la ausencia de automatismos que hagan de él un conjunto medianamente consistente y dotado del empaque suficiente para situarse a la altura de los mejores.
Con la temporada a punto de languidecer y la ACB como solitaria tabla de salvación, hay más dudas que certezas. Más inestabilidad que seguridad en uno mismo. Más precipitación que sangre fría. Más impulsos individuales, casi siempre procedentes de Larkin, que juego coral. Entre apuestas fallidas que ya han pasado a la historia, jugadores lejos de las expectativas iniciales y las dudas procedentes de un banquillo hacia el que también se centran muchas miradas, el Baskonia lleva camino de cerrar un curso de lo más discreto cuando las expectativas eran muy ambiciosas. Básicamente por el altísimo listón que dejó el equipo durante el pasado curso.
El Baskonia va dilapidando su crédito con una facilidad pasmosa. Se perdió en primera instancia una oportunidad histórica de volver a jugar una Copa del Rey tras aquel desfallecimiento incomprensible ante el Real Madrid, difícilmente tendrá otro año tan al alcance de la mano el billete para una Final Four -las derrotas ante Zalgiris y Panathinaikos le condenaron al peor cruce posible con el CSKA- y el segundo puesto de la fase regular -indispensable para ubicarse mucho tiempo después en una final de la ACB- también se le acaba de escurrir de las manos de mala manera ante el Unicaja en un pulso que parecía tener bajo control mediado el tercer cuarto.
Derrotas de difícil digestión y con muchas similitudes mientras se buscan culpables a la hora de justificar el nulo punch en determinados partidos que, de haberse ganado, podrían haber colocado al Baskonia en otra dimensión a nivel clasificatorio. La única realidad es que el equipo azulgrana debe sumar dos victorias ante el Bilbao Basket y el Fuenlabrada para, al mínimo, disponer de la ventaja de campo en el cruce inaugural del play off por el título. Un prematuro adiós a las primeras de cambio en cuartos sería mortal de necesidad para un club de miras ambiciosas que tan solo habría pisado entonces una única semifinal durante las últimas cinco campañas.