El pasado sábado el Baskonia acabó derrotado por el Real Madrid en su enfrentamiento en las semifinales de la Copa del Rey. Pese a ello, no fueron pocos los aficionados que, con el lógico disgusto por quedarse a las puertas de la gran final, abandonaron el Buesa Arena con una incipiente sonrisa asomándose en su rostro. Aunque el resultado terminó siendo desfavorable, lo cierto es que el equipo ofreció una imagen consistente recuperando gran parte de las señas de identidad que le habían permitido brillar con anterioridad. Una mejoría que ya había apuntado en cuartos ante el Tenerife y que parecía el inicio del camino de regreso a la normalidad de las buenas sensaciones. Desgraciadamente, ayer quedó claro que se trató únicamente de un espejismo.
Porque el conjunto azulgrana sufrió ante el Efes una preocupante recaída en los mismos vicios y errores que le llevan persiguiendo durante las últimas semanas y que, especialmente en la Euroliga, le han llevada hasta una incómoda situación que prácticamente nadie hubiera podido imaginar hace apenas dos meses. En Estambul volvió a verse al equipo sin alma, con nula intensidad defensiva y mínima capacidad para reaccionar que lleva deambulando por las pistas continentales prácticamente desde que arrancó el año 2017.
Los jugadores destinados a ser la referencia del grupo se encuentran a años luz de sus mejores prestaciones y los que no han aparecido hasta el momento continúan sin dar señales de vida. Como consecuencia, el Baskonia se convirtió, durante gran parte de la contienda, en un pelele en manos de un oponente que prefirió no hacer demasiada sangre y se limitó a asegurarse el triunfo. Pese a que la distancia en el marcador no era tan grande como para pensar en la imposibilidad de la remontada, la realidad es que en ningún instante dio la impresión el combinado de Sito Alonso de creer en ella. Ni tan siquiera convicción y fe en sus posibilidades mostró ayer el equipo.
Solo algunos errores de los jugadores turcos permitieron a los alaveses maquillar mínimamente el resultado y terminar encajando una derrota mucho más digna en los guarismos que en el juego y las sensaciones. Cada semana que pasa el agujero negro se hace más grande y el tiempo para escapar de él se agota poco a poco.