berlín - El mazazo del día anterior aún era evidente en los rostros de quienes a primera hora del día, los pocos, se asomaron por la Baskonia Etxea, el simbólico cuartel general de la afición desde el pasado miércoles. La resaca turca traía cola y las caras largas no solo eran evidentes sino además contagiosas. El estado de ánimo tendía hacia la depresión, el cabreo y el infortunio, y no varió hasta que los chicos de la fanfarre Biotzatarrak, a media mañana, aparecieron por el lugar, otearon el ambiente y decidieron activar el modo Baskonia que suelen guardar para estas ocasiones. El navajazo del viernes había dejado tocado a gran parte de la afición, técnicos y jugadores, y no era plan ni mucho menos tener que caer en el fustigamiento. Por eso los acordes clásicos del baskonismo arreciaron si cabe con más fuerza en ese momento. Ayer tocaba levantarse, digerir y olvidar esos fatídicos instantes finales ante el Fenerbahçe y disfrutar del momento, que al fin y al cabo no era sino un premio absolutamente inesperado que el equipo regaló a todos sus aficionados. La climatología empezó a mejorar y las cervezas se encargaron de hacer el resto. Los Gigantes danzaban al compás de la txaranga y el aficionado de a pie, entre ellos el diputado general, no podía más que seguir el ritmo. Pocos jugadores abandonaron el hotel para acercarse hasta el lugar, pero los que lo hicieron -Bourosis acudió al acto promocional de una marca deportiva-, y Diop, Adams, Corbacho, Planinic y Shenghelia sí se dieron un baño de cariño azulgrana- disfrutaron como niños. Fotos, autógrafos, abrazos, mensajes de ánimo... Por si alguno aún no sabía la singularidad del baskonismo, ayer salió de dudas.
- Multimedia
- Servicios
- Participación