Vitoria - Como mucho, alguna foto rápida con el móvil para subir a las redes o compartir en un segundo con los amigos. Pero por lo demás, los ojos tenían otra ocupación. Debían estar sí o sí pegados a las pantallas de televisión. La imagen en algunas partes de la capital alavesa desde las nueve de la noche era paradójica. Vacío total en aquellos locales que no tenían tele o estaban con otra cosa. Justo al lado, lleno donde el partido entre Fenerbahce y Laboral Kutxa vibraba.

“¡Ese carácter, coño!”, gritaba un aficionado en la Cervecería ALT justo en el arranque del tercer cuarto, cuando Baskonia se ponía por delante y parecía que los turcos empezaban a verle las orejas al lobo. Nada que ver, eso sí, con lo vivido después hasta llegar a la prórroga. En la calle Cuchillería, por ejemplo, a la altura de locales como el Kirol o El 1, muchos eran los que seguían el partido desde la calle, así que daba igual dónde estuviese uno porque todo en todo el Casco Viejo era fácil escuchar gritos a cada acción positiva de los gasteiztarras. Una locura entre la alegría y la tensión que, por desgracia, luego tuvo un final triste, sobre todo porque dos decisiones arbitrales hicieron que más de uno se acordase de la familia, cercana y lejana, del trío arbitral.

Cuando la prórroga tocaba a su final, algunas gotas se escapaban del cielo. Tal vez era lo que faltaba. Pero las chispas duraron poco. Igual que la tristeza. Primero porque la compañía siempre ayuda aunque uno esté compartiendo mesa y mantel, como sucedió en el Manai, con algún aficionado del equipo turco (deportividad ante todo). Segundo porque nadie le reprochó a los jugadores de Perasovic absolutamente nada más allá de alguna acción puntual (ese Adams para lo bueno y lo malo). Así que más de uno decidió seguir la noche con el orgullo de su equipo encima y, tampoco hay que ocultarlo, con alguna copa de más. De hecho, fueron varios los que se citaron para mañana. “¿Tocará merendar, no?”.