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El gran artífice. Ha moldeado a su imagen y semejanza a un colectivo que se crece ante la adversidad y es capaz de edificar cualquier imposible. Ha revalorizado a muchos jugadores en los que pocos creían. Es imposible hacer más con menos. El croata es el culpable del éxito más sonado que consigue el Baskonia en los últimos años. Su repaso a Djordjevic en este cruce ha sido escandaloso.

Recital de Adams. El partido se encaminaba hacia un final taquicárdico, pero emergió una de las exhibiciones más apabullantes que se recuerdan en la Euroliga. Con 14 puntos y un ejercicio de precisión ciertamente demoledor, el estadounidense puso en órbita a un Baskonia que sepultó al Panathinaikos con siete triples en ese tramo.

Un bloque granítico. Volvió a crecerse ante la adversidad un Laboral Kutxa portentoso en todas las facetas, con excepción del defectuoso cierre del rebote defensivo. El conjunto vitoriano, cuya personalidad fue arrebatadora en un santuario continental como el OAKA, volvió a maniatar a un Panathinaikos carente de recursos.

atenas - Esta vez no hizo falta como hace una década salir a la carrera hacia los vestuarios huyendo de la previsible lluvia de objetos. Reinó la concordia en un OAKA resignado ante la apabullante exhibición del Baskonia y el ejercicio de impotencia del Panathinaikos. Incluso hubo margen para que su díscolo presidente Dimitris Giannakopoulos abrazara en el centro de la cancha a Bourousis en un gesto caballeroso. Aunque más de uno no se lo crea, el cuadro vitoriano rubricó ayer la gesta más grandiosa que se le recuerda en los últimos años y retorna ocho años después por la puerta grande a la ansiada Final Four. El sueño de Berlín es una maravillosa realidad para un colectivo disminuido en cuanto a efectivos pero gigantesco de corazón, casta, amor propio y puntería en un cuarto final rebosante de precisión. Difícilmente podrá olvidarse un bombardeo tan conmovedor, traducido en siete triples de diez intentos mientras el moribundo griego enarbolaba la bandera blanca de la rendición y pedía clemencia ante el chaparrón que le estaba cayendo encima.

Porque fue una auténtica escabechina contra el aro del Panathinaikos, tiroteado desde todos los frentes y destrozado básicamente por Adams, autor de 14 puntos en ese tramo de la verdad y principal héroe del histórico pasaporte para la magna cita alemana. El eléctrico base estadounidense, tan denostado otras veces por su anarquía, subió a los altares con una actuación descomunal. Como en el jardín de su casa, hizo lo que quiso y fue adquiriendo la confianza necesaria conforme avanzaban los minutos. Templó, dirigió la orquesta, rompió cinturas a sus rivales y, sobre todo, ejecutó varios misiles contra el corazón de los 20.000 enfervorizados hinchas locales.

Detrás de Adams, también hubo mucho nombre destacable. Emergieron otros secundarios de lujo como James -arrebatador como escolta-, Planinic -su trabajo de albañilería le encumbró al final del tercer cuarto- o Bourousis -intimidador atrás y con una mágica visión de juego-. Pese a presentar un ejército diezmado, el Baskonia volvió a crecerse ante la adversidad y silenció la pista helena gracias a un baloncesto de alta escuela y una intensidad abrasiva. El partido de ayer condensó todas las virtudes acreditadas por este grupo durante los últimos meses. Surgieron del vestuario un puñado de guerreros repletos de desparpajo y con sangre en los ojos para evadirse de la caldera ambiental y dar la puntilla al Panathinaikos, cuyo técnico siempre estuvo a merced de la sapiencia de Perasovic y fue incapaz de revertir el signo de una eliminatoria teñida de un único color azulgrana.

El Baskonia se plantó desde el primer instante con una personalidad arrebatadora en un OAKA a reventar. Lejos de acusar la presión de la grada, se propuso esquivar la incertidumbre y zanjar el asunto por las bravas. Le ayudó Djordjevic en los albores del duelo con la sorprendente determinación de quitar a Jankovic, artífice del inquietante 8-2, ante la consiguiente música de viento de la hinchada local. Nuevamente sin Causeur ni Hanga, se vio el Laboral Kutxa obligado a realizar otro ejercicio de supervivencia ante un rival desbordado, impotente y sin argumentos para discutir la supremacía azulgrana. La fórmula de los dos bases volvió a reportar grandes dividendos a Perasovic, de nuevo magistral a la hora de mover en el tablero sus contadas piezas sanas.

Diamantidis provocó un día más los contados instantes de zozobra. En su despedida como jugador en activo de la Euroliga, el exterior griego metió de lleno en la pelea a su equipo antes de encarar el último acto. Entonces surgió el pistolero Adams para posibilitar uno de esos epílogos soñados con que sueña cualquier baloncestista. Tocado por una varita mágica y gracias a un ejercicio de precisión demoledor, fueron cayendo una tras otra las bombas hasta quedar desfigurado el Panathinaikos, atónito ante un festín anotador más propio del mismísimo Stephen Curry. Fue el colofón que merecía la descollante trayectoria del Baskonia en esta Euroliga, el único título que se resiste en las vitrinas del Buesa. Es hora de saldar una deuda histórica y nada mejor que esta nueva oportunidad en Berlín para desquitarse de los sinsabores anteriores. La simple clasificación ya es algo para sentir orgullo.

Su devastadora exhibición ofensiva en el último cuarto, donde anotó 14 puntos, quedará para el recuerdo. Este verano le van a llover las ofertas tras su portentoso papel en el OAKA.