vitoria - Advirtió Perasovic el pasado miércoles que a Baskonia le esperaba una “batalla” en el segundo duelo de la serie, y no se equivocó. Ni un ápice. Sufrió la escuadra azulgrana mucho más de lo necesario ante un endeble Panathinaikos e incluso tuvo que jugar una prórroga cuando tenía la victoria en el bolsillo a falta de diez segundos, pero al final, el carácter, la defensa y el orgullo que ha hecho de este equipo un grupo fiable terminaron por asomar para hacer enloquecer a un Buesa Arena entregado que ayer podría haberse despedido de la Euroliga en Vitoria con una noche, otra más, para la historia. Fue tal la emoción vivida en los instantes finales y el agradecimiento para con sus gladiadores que nadie se movió de su asiento cuando el crono se puso a cero. Es más, tal fue su fervor hacia lo que parecía un imposible que los propios jugadores tuvieron que salir de nuevo a la cancha para saludar a una afición en estado casi taquicárquico e incluso incrédulo que ayer durmió soñando con Berlín.

El comienzo del segundo partido de la serie, no obstante, ofreció otras coordenadas. Apenas tres minutos le sirvieron a Perasovic para percatarse de que el de ayer iba a ser otro partido distinto al del miércoles. En los primeros compases, la pólvora exterior estaba seca, Raduljica apenas encontraba resistencia en la pintura y Adams, que sigue empeñando en cada partido en homenajear a Curry con lanzamientos inverosímiles, daba la sensación de estar pasado de vueltas. Así que el croata miró al banquillo y el primero de la fila emergió. Con Bourousis en cancha, Baskonia redujo distancias e incluso se llegó a poner por delante en el marcador, pero el de ayer, desde un principio, se vio que iba a morir en la orilla, como así fue.

También entonces y en los cuartos posteriores, el Buesa olió el peligro, de ahí que decidió elevar los decibelios del pabellón, llevó en volandas a sus jugadores y por eso algunas decisiones arbitrales de dudosa interpretación cayeron del lado azulgrana. El factor cancha, que en el tramo caliente del partido, en cambio, se tornó favorable al Pana con demasiadas faltas no pitadas a los baskonistas. Así se llegó al descanso, con un ajustado 38 a 36 que hacia justicia al gran mérito de Baskonia ayer, disminuido tras la lesión de Hanga y sustentando en los fogonazos exteriores de Adams y Bertans, pero sobre todo en los espectaculares mates de Mike James, que levantaban una y otra vez a los aficionados de sus asientos. “Gure etxean ez. Egurra”, bramaba entonces el pabellón al unísono. La tónica se repitió tras la reanudación, interrumpida durante unos instantes por algún incidente en el tercer anillo entre seguidores de ambas aficiones que no pasó a mayores tras la llegada de una brigada de Beltzak. En el resto del pabellón, mientras tanto, la afición se divertía provocando la “ola más grande de Europa”, como ironizaba el speaker, para demostrar al Viejo Continente que “el Buesa Arena es un olla a presión”. El equipo se contagió entonces de esa inercia, vaya que sí lo hizo. Cogió una ventaja de nueve puntos que lamentablemente no supo rentabilizar, así que tuvo que aprender a vivir innecesariamente en el alambre y encomendarse a la experiencia de Bourousis y el acierto exterior de Adams, James o Bertans. Y fue ahí, en ese escenario de máxima tensión, donde Baskonia fue mejor o, al menos, menos malo que Panathinaikos, ayer una caricatura de equipo que aspira a colarse en una Final Four.