Este Baskonia está hecho de una pasta especial y llama ya con fuerza a la quinta Final Four de su historia. Berlín espera con los brazos abiertos al épico y arrebatador cuadro vitoriano, que ayer se sobrepuso a todos los elementos para poner algo más de un pie en la magna cita alemana. Más disminuido que nunca por la baja de Hanga, perjudicado en varios tramos de forma notable debido a un arbitraje demencial y obligado a un desgaste extra que no entraba en los cálculos por culpa de una prórroga injusta tras dos postreros triples de Haynes y Diamantidis, resistió las embestidas del Panathinaikos para colocar un 2-0 con aroma a definitivo en el cruce de cuartos. Queda pendiente el último empujón, pero difícilmente puede escaparse un premio mayúsculo vista la fe azulgrana y las penurias griegas para contrarrestar la fortaleza mental del Laboral Kutxa, un bloque granítico cuyas toneladas de corazón no se pueden cuantificar.

Por mucho que a Perasovic le falten elementos en su banquillo para dosificar esfuerzos y mantener la intensidad, siempre quedará la fe y la casta para edificar imposibles. Y todo ello sin obviar el aliento del sexto jugador. El Buesa Arena rugió como nunca para brindar fuerzas renovadas en un tiempo suplementario que constituyó un auténtico jarro de agua fría. Cuando ya se sentía ganador el Laboral Kutxa a falta de 27 segundos tras un triple de Adams (73-67), la cancha de Zurbano enmudeció por culpa de unas fatídicas acciones finales. Entre los triples visitantes, alguna pérdida infantil y que los árbitros se tragaron el silbato a la hora de sancionar los golpes de Calathes al base estadounidense, debieron disputarse cinco minutos más que parecían un castigo y una puñalada para el fatigado cuerpo de los alaveses.

El cadavérico Panathinaikos, a merced del Baskonia durante gran parte del choque, se vio resucitado por Diamantidis. El veterano base griego se echó al equipo a su espalda para instalar la zozobra. En uno de sus últimos servicios al club de toda su vida, apareció a lo grande para, por sí solo, tapar las vergüenzas de varios compañeros y equilibrar las fuerzas. En realidad, su oficio, personalidad y determinación fueron lo único destacable entre las filas visitantes. Por contra, el Baskonia volvió a mostrar una asombrosa capacidad para hacer más con menos. Privado de tres titulares, Perasovic optimizó recursos como nadie. Para colmo de males, Bourousis vivió un día oscuro. El griego y Raduljica se anularon mutuamente.

Hanga se probó en los prolegómenos del duelo y la prueba resultó insatisfactoria convirtiendo la victoria en un ejercicio de fe casi mesiánico. Quien pensara que el Baskonia iba a rendirse de antemano estaba equivocado. Extrajo fuerzas de flaqueza un ejército disminuido para vender cara su piel y enrojecer los mofletes al Panathinaikos, incapaz de sacar partido a su abrumadora ventaja numérica y con una alarmante escasez de recursos para plasmar su jerarquía en un Buesa Arena en llamas. La solución a sus males fue Diamantidis, un perro viejo y con muchas cicatrices en el cuerpo que a base de oficio e inteligencia abrió varias vías de agua en la defensa local.

El conjunto vitoriano tiró de raza, paseó su enorme corazón, sobrevivió a una inquietante puesta en escena y se encomendó al acierto triplista para dominar con suficiencia la velada. La aparición de Ilimane resultó determinante a la hora de cambiar el decorado en el segundo cuarto. Retratado por Raduljica en la primera entrega de la serie, el poste senegalés elevó esta vez los decibelios defensivos y posibilitó los mejores minutos azulgranas.

El Panathinaikos volvió a dejar constancia de sus débiles costuras y su fragilidad mental. Se topó con un anfitrión desangrado por las bajas, pero aun así fue incapaz de hurgar en la herida y aprovechar su superior fondo de armario. Su acierto exterior brilló por su ausencia y Raduljica no encontró el camino hacia el aro. El Baskonia, sin embargo, tuvo que ganar dos veces un encuentro que derivó en un mal trago en las postrimerías del último cuarto. La prórroga parecía el principio del fin, pero una vez más destapó su espíritu de supervivencia cuando muchos anticipaban su defunción. Con las uñas en carne viva, el Buesa Arena resopló de alivio con el error final de Raduljica y dos tiros libres materializados por Adams. Ahí acabó el suplicio y quedó rubricado el ansiado 2-0, que suena a música celestial. La próxima semana buscará el oakazo definitivo.

En su mejor versión de toda la temporada. Un coloso bajo los aros que mordió e intimidó atrás, empequeñeciendo a un portento físico como Gist. Ha dado un paso al frente en esta serie.