VITORIA - Menudo subidón. Pocas, por no decir nunca, se ha visto un derbi tan desequilibrado en los últimos tiempos. Posiblemente, el de ayer pase a la historia como el más descafeinado y breve por la insultante superioridad vitoriana. El Baskonia fue fiel a sí mismo y acudió puntual a la cita. Por contra, el Bilbao Basket llegó con retraso y se convirtió en lo más parecido a un fantasma que deambuló como alma en pena. Por lo visto, su veterano plantel no estaba advertido de lo que le esperaba en la caldera del Buesa: un prólogo intimidatorio que propició el caldo de cultivo necesario a la hora de crear una atmósfera irrespirable con el homenaje a los campeones de Europa del 96 y, ya con el balón en juego, un aspirante al Top 8 dispuesto a vengar la derrota de Miribilla. Rivas y compañía se percataron desde el palco que este Baskonia quiere reverdecer viejos laureles y, al igual que le sucedió a ellos, tocar la gloria. El tiempo dirá si lo consiguen, pero este último derbi evocó algunos de los pasajes más lustrosos de la historia azulgrana.

Para cuando quiso reponerse el personal de unos prolegómenos conmovedores en los que a más de uno se le escapó lágrima, el Baskonia ya había acometido la defunción de su vecino en un visto y no visto. En medio de un marco incomparable y con los pelos de punta por un homenaje magníficamente diseñado para la ocasión, el pulso quedó reventado en un primer cuarto alejado de cualquier guión previo. Bajo la atenta mirada de los jugadores que escribieron una de las páginas más bellas del club, la excitación de los pupilos de Perasovic se llevó por delante a un rival fantasmagórico en el que sus veteranos integrantes ni siquiera mostraron algo de orgullo.

Las dudas derivadas del cansancio azulgrana y el escaso tiempo de preparación de la contienda se vieron borradas de un plumazo. El eléctrico ritmo impuesto de entrada por Adams, un tirano que amargó la existencia a sus pares, y la asfixiante presión defensiva desde la primera línea ahogaron a un Bilbao Basket desorientado e incapaz de contener un chaparrón. El cuadro vizcaíno se vio intimidado por el escenario y la efervescencia del Laboral Kutxa más volcánico que se recuerda en años. Poseídos por el célebre espíritu del Dale Ramón y con sangre en los ojos, los vitorianos se transformaron en el clásico caballo desbocado que arrasa con todo.

Los grandes damnificados por el torbellino alavés no fueron otros que Hannah y Raúl López, sepultados por un volcán en erupción llamado Adams y que malvivieron a la hora de trasladar el balón al campo contrario. Los ataques visitantes resultaron un suplicio. Sito Alonso vio cómo sus cabezas pensantes ni siquiera podían ejecutar un sistema ante el aliento en la nuca del base estadounidense, James o Blazic, instigadores del raudo despegue de un Baskonia a pecho descubierto que no dio la impresión de haber protagonizado una áspera batalla en El Pireo unas pocas horas antes.

Se desencadenó un torrente de recuperaciones y transiciones ante la algarabía de una grada con ganas de empacho ante el vecino y de ajustar cuentas por lo sucedido en la ida en Miribilla. Tampoco escapó la velada a la polémica por mucho que en días como ayer hablar del arbitraje suene a chiste. Trece minutos tardó el anfitrión en recibir la primera falta mientras los vizcaínos acumulaban once en su casillero en ese instante. El Bilbao Basket descargó su ira hacia el trío encargado de impartir justicia sin percatarse de que le estaba atropellando un camión. Por derecha o por izquierda, desde cerca o desde lejos, por arriba o por abajo, el Baskonia le embistió cual toro herido que necesita comida para seguir subsistiendo. Unos acudieron al combate con bazocas y otros con pistolas de agua. Hasta el punto de que sobró más de medio partido, algo que ni el más acérrimo seguidor azulgrana hubiese imaginado ni en sus mejores sueños. Lástima que sobraran muchos brotes de dureza por ambos lados.