A Coruña - De sobra es conocido que la fe mueve montañas y el Baskonia volvió a demostrarlo en la noche de ayer. Sin embargo, pese a desplazar el Everest blanco una buena cantidad de metros, tuvo que darse de bruces con la triste realidad de que le faltaron apenas unos milímetros para poder apartarlo por completo de su camino hacia una nueva final de la Copa del Rey. En cualquier caso, la tropa de Velimir Perasovic evidenció de nuevo que va sobrada de arrestos y carácter para sobreponerse a cuantas adversidades se presentan en su trayectoria. Únicamente la exhibición final de Sergio Llull impidió que la historia tuviera el epílogo más feliz posible pero, pese a ello, el duelo fue la constatación definitiva de que no existe la palabra rendición en el diccionario azulgrana.
La fe desbordante en el bando vitoriano apareció tanto a nivel colectivo como en el plano individual. Porque el Laboral Kutxa repitió el guión del choque ante el Obradoiro y firmó un muy mal inicio, concediendo ventajas de hasta doce puntos al Real Madrid. La misma debilidad defensiva, la pésima dirección de los bases y una alarmante falta de acierto en ataque parecía una losa imposible de levantar para los baskonistas. Mención especial en el caso de Adams, que se mantenía negado en todos los aspectos.
Sin embargo, fue precisamente el base estadounidense el encargado de encender el fuego de la rebelión en el segundo cuarto con un explosivo despertar. Suya fue la jugada del partido, cuando rompió por completo la cintura de Sergio Rodríguez para clavarle un triple imposible cobrándose además una falta personal que le permitió anotar el tiro libre correspondiente. A esa mecha prendida se sumó de inmediato todo el equipo.
De esta manera apareció Causeur, el imprescindible Hanga continuó con sus particulares exhibiciones coperas y Bourousis volvió a ser el de siempre para lanzar al Laboral Kutxa hacia su presa como un depredador enfurecido. La campana del descanso mantuvo con vida al Madrid y, a partir del intermedio, el duelo discurrió por la senda del equilibrio máximo. Pero el Baskonia ya había dejado claro que, por muchos golpes que recibiese, se iba a mantener firme en pie sin tirar la toalla. Es el sello de este equipo y pese a que ayer no le reportó el premio deseado sin duda es una de sus grandes bazas para continuar aspirando a cosechar éxitos en el futuro. En esta ocasión faltaron apenas unos milímetros pero esa distancia no es absolutamente nada comparada con los muchos metros que consiguió mover a todo un coloso como el Real Madrid hasta situarlo muy lejos de su posición de confort. Solo queda seguir empujando hasta terminar derribando el objetivo. Con este espíritu, no tardará mucho en caer.