vitoria - Triunfador hoy en día en el Baskonia, donde ha impuesto un sello de máxima seriedad, Velimir Perasovic conserva algunas espinas clavadas en su carrera como entrenador. Curiosidades del destino, el caprichoso azar ha querido que el croata se vea las caras en el intervalo de 72 horas con dos equipos a los que dirigió en su día y de los que salió por la puerta de atrás por diferentes razones.

Tras poner fin a una intachable carrera como jugador con un asombroso bagaje en cuanto a títulos, sus seis experiencias hasta ahora en los banquillos incluyen el paso por el Efes Pilsen y el Valencia Basket. Precisamente, los dos rivales que calibrarán a corto plazo las constantes vitales azulgranas. En contra de su deseo, ninguno acabó dejando un grato sabor de boca en la figura que está posibilitando el mejor comienzo de los vitorianos desde la temporada 2009-10.

En el mundo de la canasta, un técnico siempre está obligado por su propio bien a mirar el lado positivo de una destitución o una mala vivencia en algún lugar. Como en cualquier ámbito de la vida, no cabe duda de que es una experiencia ingrata que no gusta a nadie, pero también sirve para aprender la lección ante posibles situaciones similares que puedan sobrevenir en el futuro y reforzar la autoestima en un instante de debilidad personal.

Al igual que otros colegas de profesión expuestos a ser el objetivo de la crítica más ácida, Perasovic no escapó en Estambul ni en Valencia a una máxima que impera en el deporte profesional. Cuando los resultados no son positivos y la convivencia con la plantilla tampoco es la ideal, siempre es mejor cortar una cabeza que doce. El eslabón más débil de la cadena siempre se encuentra en el banquillo a la hora de intentar buscar un nuevo estímulos que reactive a un equipo en horas bajas, de ahí que todos los entrenadores empiecen a temerse lo peor cuando oyen el run run de la grada y el presidente de turno le ratifica públicamente para seguir ejerciendo su cargo. Hasta el más ingenuo conoce que es la antesala de un despido traumático.

vestuarios difíciles Al frente del conocido anteriormente como Efes Pilsen, un club huérfano de éxitos, el de Split ni siquiera aguantó un año antes de presentar su irrevocable dimisión. Incapaz de domar a las vacas sagradas que poblaban aquella plantilla, se adelantó incluso él mismo a la drástica decisión de los dirigentes cerveceros en un gesto que le honra y no es tomada por casi nadie en aras de asegurarse un jugoso finiquito.

Tras alejarse de la galopante crisis económica que azotaba a un histórico del baloncesto europeo como el Cibona, Peras tomó las riendas del conjunto turco en junio de 2010 en sustitución de Engin Ataman. Su desembarco suponía una promesa de orden y disciplina en un equipo tradicionalmente perdedor que jamás ha rentabilizado sus millonarias inversiones con títulos.

Además, el suyo era un reto mayúsculo en un club que venía de vivir una etapa de graves conflictos disciplinarios en un vestuario repleto de nombres consagrados, entre los que figuraban el exbaskonista Igor Rakocevic, Nikola Vujcic, Bostjan Nachbar, Kerem Tunceri o Bootsy Thornton. Con los bolsillos llenos de dinero y la mayoría en la cuesta abajo de su carrera, todos ellos fueron incapaces de plegarse a su ideario baloncestístico. Tan negro vio el panorama el ahora técnico baskonista que, tras la eliminación en el Top 16 de la Euroliga y ubicado en cuarta posición de la liga turca, arrojó la toalla en marzo de 2011 tras una derrota en casa ante el modesto Mersin.

Los rectores del club otomano la aceptaron, si bien su adiós no fue un revulsivo para enderezar a un conjunto demasiado entrado en años. El Efes no levantó cabeza y vio cómo su rival más acérrimo, el Fenerbahce, levantaba el título de campeón. Estaba claro, por tanto, que había otros males fuera del banquillo.

Tras varios meses recargando las pilas y esperando una buena oportunidad de mercado, el siguiente desafío emprendido por Perasovic le llevaría a Valencia en enero de 2012 tras el cese de Paco Olmos. Allí permaneció tres años en los que, entre otras cosas, recuperó su prestigio, implantó una férrea disciplina, hizo del cuadro levantino una alternativa de poder y le condujo hacia el título de la Eurocup. Con un vestuario amotinado al que, según informaron medios levantinos, supuestamente había exprimido psicológicamente, el croata fue perdiendo paulatinamente un crédito ganado a pulso.

La Fonteta llegó a ser en los últimos tiempos un clamor en su contra y algunos jugadores como Rafa Martínez o Pablo Aguilar ya se habían rebelado contra sus métodos. Una fea derrota ante un desconocido equipo rumano, en medio de una generalizada bajada de brazos de sus jugadores, representó su puntilla definitiva. Sin embargo, dejó atrás un legado del que otros técnicos taronjas en el pasado no pueden presumir.