Vitoria - El baloncesto alavés está de enhorabuena y se prepara para vivir un hito histórico que difícilmente volverá a saborearse. La ciudad minúscula que apenas se ve en el mapa, conocida al otro lado del Atlántico únicamente cuando un bicampeón de la NBA como Lamar Odom recaló en el Baskonia, cobrará más protagonismo que nunca en la próxima edición de la NCAA, la liga universitaria de Estados Unidos que ha forjado a algunas de las grandes estrellas de la mejor competición del mundo. Álex Ramón y Jon Ander Cuadra tendrán el honor de dejar bien alto el pabellón. El primero, un base de madre vitoriana y padre dominicano que llegó a realizar una pretemporada a las órdenes de Dusko Ivanovic, vive el sueño americano desde hace cuatro años y apura la experiencia más excitante de su todavía corta carrera. El segundo, un tres-cuatro al que su histórico progenitor, Mikel Cuadra, inoculó el fervor por el juego de la canasta, probará fortuna en breve. Ambos siguen de este modo la vía abierta en su día por los hermanos Antxon e Iker Iturbe, pioneros a la hora de codearse con los mejores baloncestistas en edades comprendidas entre los 18 y 22 años.

Nada puede producir más orgullo, admiración y satisfacción que dos promesas con label vitoriano, cortadas por el patrón de la ambición, el ansia de crecer, la humildad y el trabajo diario, hayan decidido buscarse un buen porvenir fuera de casa. Mediados los años 80, ilustres como Carlos Dicenta, Antonio Martín y Mike Hansen mostraron a los jugadores españoles en formación que existía, cruzando el océano, un nuevo mundo llamado NCAA. Desde que ellos abrieron el camino, decenas de baloncestistas han buscado tanto una formación académica como una progresión deportiva en una competición tan gigantesca -hay más de 350 universidades y alrededor de 5.000 jugadores- que ofrece diferentes matices dependiendo donde aterrice cada uno.

Con un grado de madurez impropio para su edad, Alex y Jon Ander han emigrado a tierras americanas para intentar compaginar una carrera universitaria con su deporte favorito: el baloncesto. Pese a que la galopante crisis existente en la ACB y otras competiciones menores (LEB, EBA...) debería favorecer en teoría un mayor número de oportunidades para los jóvenes, ambos han escogido un camino diferente al tradicional. La dificultad existente a la hora de encontrar un equipo de nivel que permita simultanear entrenamientos y clases, algo que es una quimera en España, ha motivado en su caso la búsqueda de una alternativa en Estados Unidos con el fin de labrarse un boyante futuro profesional y deportivo.

Se trata de una aventura que se sustenta gracias a las becas deportivas que ofrecen las universidades. En el caso de Alex, que reside en Hamilton, un pequeño pueblo del estado de Nueva York, su protagonismo va subiendo como la espuma en los Colgate Raiders. “Digamos que tomé un camino alternativo al del muchos chavales de por aquí. La mayoría decide a los 16 años jugar profesionalmente en un club concreto y firma el contrato antes de salir cedido a la LEB. Yo busqué otra vía para asegurarme tener una carrera, unos estudios y algo detrás en el caso de que esto no funcionara. Mi objetivo sigue siendo sacar algo al baloncesto y aspiro a lo máximo posible, pero teniendo siempre las espaldas cubiertas”, desvela este timonel de 22 años, a punto de acabar Medioambientales.

Motivos similares han empujado a Jon Ander, quien en su caso ha escogido la capital de Carolina del Norte (Raleigh) y paseará sus virtudes para la Universidad de Campbell. “Lo importante son los estudios. Me marcho a Estados Unidos porque es imposible estudiar y jugar a la vez. Aquí no te permiten esa flexibilidad y allí sí es posible. Llevaba un año y medio barruntando la idea. No me da ningún miedo y me veo maduro. Ya me he curtido los últimos años de mi vida que he estado fuera de casa”, explica este vitoriano de 18 años, que antes ya hizo la maleta para jugar en Barcelona, Valladolid y Las Palmas.

Ambos sueñan con hacerse un hueco en la elite, pero no quieren precipitarse ni dar pasos en falso. Muchos jóvenes de su edad se han quedado en el camino, aunque las telarañas en las arcas de la mayoría de clubes hacen viable que gocen de una oportunidad en el futuro. Por dedicación y esfuerzo no va a faltar. “Mi padre siempre me aconseja que no pierda nunca la ilusión, que trabaje duro todos los días y siga adelante con mi camino. Desconozco cuál es mi techo, aunque yo evidentemente quiero jugar en la mejor liga del mundo. Eso nunca se sabe. Si no puede ser, me gustaría acabar en un buen club europeo”, confiesa Jon Ander, que estudiará Bussiness (Empresariales) y del que su padre Mikel -exjugador del Baskonia entre 1980 y 1983, apodado el ciclón de Arrigorriaga y un histórico de la ACB que hace casi tres décadas promedió más de 30 puntos por partido con el Clavijo- alaba virtudes como “la perseverancia, la pasión por el juego y la versatilidad”.

Alex, el más veterano de los dos, ya le ha explicado lo que se va a encontrar a miles de kilómetros. El baloncesto americano exige un salto cualitativo en todos los sentidos: un físico privilegiado que permita no salir escaldado ante auténticas moles, una dureza mental a prueba de bombas para soportar posibles momentos de ostracismo en el banquillo y, ante todo, una buena adaptación. “La transición fue un poco dura. Venía de jugar 35 minutos en las categorías inferiores del Baskonia y me tuve que ganar el puesto en un entorno nuevo. Es un basket totalmente diferente en el que se enfatizan unas cosas más que otras. Es un proceso gradual que lleva su tiempo: en el primer año no entré en la rotación, en el segundo fui poco a poco y este tercero ha sido cuando más he jugado. Llevo cuatro años allí y todavía se mofan de mi acento, pero hay buen rollo”, admite el mayor de los dos, que durante sus cuatro años en suelo americano ha ganado mucha masa muscular gracias a sus incontables horas en el gimnasio. En este sentido, Jon Ander -más liviano y delgado- se marca como meta “ganar diez kilos” para dar la cara ante auténticos portentos de la naturaleza.

Únicamente el tiempo dirá hasta dónde llegan y de lo que son capaces. El sueño de vestir la elástica del equipo de su casa se mantiene vigente, pero no se cierran ninguna puerta. Más teniendo en cuenta el contexto de crisis actual que ha posibilitado el bautismo de muchos jóvenes sedientos de gloria. “Apostar por gente como nosotros estaría bien. No salimos tan caros como otros jugadores y podemos aportar ilusión y pasión. No creo que nadie vaya a sentir los colores de esta ciudad más que un vitoriano”, enfatiza Jon Ander sobre un posible fichaje por el Baskonia. Alex también demuestra buenas dosis de realismo. “No sabría qué decirle a un director deportivo para que me fichara. Mi sueño es llegar lo más alto posible. Luego, el mundo te pone en tu sitio y te baja a la realidad. Todavía no sé dónde voy a acabar”, concluye.