El enésimo estropicio como visitante. Un suplicio de principio a fin que supone un verdadero jarro de agua fría para las aspiraciones futuras. Otra película de terror que se suma a los tétricos episodios vividos en esta temporada cada vez que toca hacer las maletas. Resulta indiferente si el rival pertenece a la aristocracia continental o yace moribundo en el sótano de la ACB. Lejos del Buesa Arena, el Baskonia es un conjunto desesperante que no irradia más que melancolía, fragilidad y ternura por todos sus poros. Ni siquiera ante el último de la fila puede acreditar ya una imagen de seriedad que haga invadir el optimismo en vísperas del inicio de las series finales.

El último esperpento tuvo lugar ayer en el sur de Madrid, donde el colista le sonrojó hasta límites insospechados y retrató la debilidad de un plantel en el que las sensibles ausencias no pueden ni deben valer como atenuante de algún tipo. Con todas sus bajas y sus imperfecciones, el tropiezo azulgrana resultó imperdonable y, por momentos, indigerible. Fue la estampa de un forastero impotente desde el salto inicial que sólo adornó una inferioridad incontestable en los minutos de la basura cuando el Fuenlabrada levantó el pie del acelerador y Mike James entró en erupción desde la línea del 6,75. Antes de rubricar un marcador engañoso, el Fuenlabrada llegó a amasar rentas superioridad a la veintena de puntos (78-57). Incredulidad, rabia y algo doloroso para los ojos.

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