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Sin alardes. Simultaneó la presencia de dos bases durante algunos minutos ante la falta de chispa y la espesura de las que hizo gala el Baskonia en el Nou Congost. No fue una victoria que pasará a la historia, pero al menos ha inoculado al grupo un perfil destajista que le permite salir indemne de emboscadas como la que tendió un rival limitadísimo. Ayer, lo primordial era ganar.

La chispa de James. El indomable base estadounidense activó, con su mortal uno contra uno, los resortes de un Baskonia aletargado y huérfano de la chispa de jornadas precedentes.

Bajar al barro. El equipo vitoriano estuvo muy lejos de la excelencia de jornadas precedentes y se contagió de la mediocridad de la Bruixa d’Or. Si alguien se puso el traje de faena fue Colton Iverson, capaz de capturar 16 rebotes.

Limitaciones locales. Pedro Martínez no puede obrar milagros con lo poco que tiene. El Manresa opuso todo el entusiasmo del mundo, pero siempre compitió con la lengua fuera y navegó a contracorriente víctima de sus sangrantes limitaciones.

Manresa - No fue oro todo lo que relució ni pasará a la historia la jornada que alumbró casi nueve meses después la primera victoria del Baskonia a domicilio, pero de peores corridas ha salido corneado el maratoniano vitoriano en la historia reciente. Habrá que dar por bueno el ejercicio de practicidad desplegado en el Nou Congost y no detenerse en lo que fue una velada con trazos siderúrgicos en la que reinó el menos malo. En la retina azulgrana abundan los éxitos barnizados con tintes épicos entre el que nunca habrá que incluir el sellado ayer en tierras catalanas.

Conviene quedarse con el resultado final, el encomiable perfil fajador de un tipo duro como Iverson -un titán a la hora de rebañar rebotes-, el mortal uno contra uno del vertiginoso James, la figura que prendió la mecha en un equipo huérfano de chispa, y poco más. No necesitó muchos más argumentos el Laboral Kutxa para quebrar su errática dinámica lejos del Buesa Arena, consolidar su séptima posición y vislumbrar algo más cerca la silueta de algunos rivales directos como el Joventut y el Bilbao Basket. En otros tiempos más tenebrosos se hubiera quemado en la hoguera, pero la formación alavesa ya es capaz de salir indemne de emboscadas peligrosas y sortear su propia discontinuidad.

En esta ocasión, le abandonó el acierto y sus dinamitadores se vieron maniatados por un estratega como Pedro Martínez, pero terminó imponiendo la lógica a base de oficio y de aprovechar las clamorosas limitaciones de la Bruixa d’Or. Ni siquiera un técnico tan reputado como el barcelonés puede obrar milagros con un colectivo tan justo de talento. De ello extrajo petróleo un Baskonia que nunca vio en peligro su integridad pese a no amasar ventajas concluyentes en el marcador. Hizo lo justo y sesteó más de lo debido, pero aun así anduvo sobrado para enlazar por primera vez tres triunfos consecutivos. Así es la altanería de los grandes, capaces de domar a medianías hasta en los días donde sufren las deserciones de buena parte de sus integrantes.

Rivalizaron ambos conjuntos en desaciertos desde el salto inicial. Fue por momentos un espectáculo dantesco e impropio de la élite baloncestística con errores a cada cual más sonrojante. El anfitrión, por absoluta negación y la incapacidad derivada de una plantilla limitadísima. El forastero, por una cuestión de autocomplacencia y cierta relajación tras las últimas refriegas que han significado un indudable desgaste físico y emocional. No siempre es posible desplegar un baloncesto de alta orfebrería y, a veces, toca desempeñar una efectiva labor de pico y pala para sobrevivir. En el Nou Congost, una pista bulliciosa donde el público coloca el aliento en la nuca del visitante, malvivió el Baskonia para ser fiel a sus señas de identidad y coger la velocidad de crucero. Le costó más de la cuenta plasmar la superioridad que se le presupone ante su escasa clarividencia en ataque. Se contagió de la mediocridad de la Bruixa d’Or, una máquina de fallar desde cualquier posición pero al que su entusiasmo y disciplina no hicieron perder la fe en ningún instante.

Únicamente los chispazos de James rompieron mínimamente la monotonía. En medio del sopor y los bostezos, apenas sobresalió el dinamismo y la electricidad del indomable estadounidense, el único que se evadió de la modorra generalizada y activó los resortes azulgranas. Tan plano y espeso vio a su plantel Ibon Navarro que pronto apostó por sus dos bases. Entonces apareció la ansiada chispa y el partido adquirió la viveza con la que el Laboral Kutxa se siente como pez en el agua. Como si le hubiesen pasado factura los esfuerzos continuados de las semanas recientes, la tropa vitoriana rayó esta vez lejos de la excelencia. Por fortuna, no se vio exigida por un firme candidato al descenso que se nutrió desde el tiro libre ante las desatenciones defensivas alavesas. El más afectado por el virus de la desorientación fue Shengelia, un visto y no visto que acumuló rápidamente faltas al bailar con la más fea (Sakic). A la postre, las limitaciones manresanas no crearon ningún foco de preocupación y el Laboral Kutxa ahuyentó mucho tiempo después sus fantasmas de los desplazamientos. Afortunadamente, nadie recordará que cosechó una victoria castaña oscura en la jornada que se sacudió los miedos lejos del Buesa Arena.

Rompió la monotonía de un partido soporífero merced a su electricidad en el uno contra uno. Dejó las solitarias pinceladas de calidad en un choque al que inyectó pimienta y talento.