vitoria - Con 35 primaveras, uno necesita dosificarse y medir bien sus esfuerzos. Andrés Nocioni ya no es aquel irreverente joven de hierro que podía soportar un espartano ritmo de entrenamientos y partidos, pero ello no es óbice para que pase desapercibido en un gigante de la canasta. De hecho, le sobra orgullo, raza, tesón, perseverancia y profesionalidad. Ahora exhibe esas virtudes con más cuentagotas rodeado de mucho glamour. Desde que su cuerpo se ha ido desgastando con el paso de los años y ha observado cómo le cuesta cada vez más recuperarse de los golpes, se ve abocado a ser un escudero antes que un primer espada.
Uno de los grandes símbolos del Baskonia, que hoy se reencuentra con el club al que brindó inolvidables jornadas de gloria, está viendo satisfecho con creces esta temporada su objetivo de disponer de un rol más secundario en un grande como el Real Madrid. Muchos menos minutos en pista, pero de una calidad indudable al servicio de un candidato al reinado en todos los frentes donde la competencia en su demarcación es feroz y queda bastante liberado de ser el hombre que tire permanentemente del carro.
Decepcionado por la imparable deriva y la pérdida de competitividad de la entidad alavesa, el icono argentino decidió el pasado verano poner fin a su longeva etapa en el Buesa Arena. Un tipo inconformista, ganador, rebelde y con una personalidad arrebatadora como él no quería exponerse en el final de su brillante carrera deportiva al duro trance de no competir por los títulos. En Vitoria, su frustración fue en aumento a lo largo de una segunda etapa repleta de decepciones y sinsabores. A nivel individual se cansó de protagonizar los solitarios ramalazos de carácter en un equipo huérfano de líderes espirituales. Desde que pusiese fin a su etapa en la NBA, en el plano colectivo también vio en los dos últimos años y medio cómo languidecían sus esperanzas de integrar un proyecto sólido ante la escasa mordiente del Baskonia en la Liga ACB y la Euroliga.
Lo mejor para dos partes que corrían el riesgo de hacerse daño mutuamente era escenificar el divorcio y emprender caminos diferentes. Y eso fue lo que sucedió en un clima de máxima cordialidad. El baskonismo ha encajado con cierta naturalidad el mazazo de vislumbrar ahora cómo Nocioni inocula su furia y garra al gran enemigo de toda la vida. A alguien que se partió la cara durante tanto tiempo para defender contar viento y marea la causa azulgrana en todas las canchas continentales, no se le puede reprochar ni exigir nada a estas alturas. El reconocimiento a su labor siempre lo tendrá. De ahí el unánime aplauso que recibió del Buesa en su regreso cuando conquistó, ataviado de blanco, la última edición de la Supercopa en septiembre del 2014.
fiel a sí mismo El Chapu salió al mercado consciente de que no le faltarían novias. Su prioridad residía en continuar en la ACB y sus preferencias apuntaban lógicamente hacia el Real Madrid o el Barcelona. El club blaugrana se había decantado antes por el taronja Justin Doellman y su futuro se clarificó. Recibió la llamada de la capital, donde conforme avanza el ejercicio va asentándose como uno de los pilares más sólidos de Pablo Laso. Promedia 16 minutos en la ACB y 19 en la Euroliga con números próximos a los 9 puntos y 4 rebotes. El discutido entrenador vitoriano, que dispone de seis pívots en nómina y debe sacrificar a Marcus Slaughter a nivel doméstico, acostumbra casi siempre a incluirle en el cinco inicial.
Tal y como sucediese en la última temporada a las órdenes de Sergio Scariolo, Nocioni conserva invariable su posición de falso cuatro para abrir espacios a Bourousis, lucir su muñeca desde el 6,75 y efectuar sus célebres entradas fuera-dentro. En algún momento puntual, su envergadura y poderío físico le permiten reciclarse al tres, lugar donde siempre marcó diferencias pero en el que el Real Madrid también cuenta con dos auténticos especialistas como Rudy Fernández -una de sus víctimas preferidas cuando paseaba los colores azulgranas- y el rocoso lituano Jonas Maciulis.
A más de 300 kilómetros de la que fuese su casa durante siete campañas, el albiceleste continúa fiel a sí mismo. No ha perdido ni un ápice de su visceralidad. Pese a compartir vestuario con compañeros tan o más laureados en cuanto a títulos, no se arredra a la hora de impartir órdenes, corregir imperfecciones o, si es preciso, abroncar a quien sea. Es Nocioni en estado puro.
Tampoco ha variado su irascible comportamiento hacia el trío arbitral que en el Baskonia sufría el peaje de las continuas técnicas. Protesta y hace aspavientos con la misma vehemencia que antes. La salvedad es que ahora, como viste la respetada camiseta merengue, recibe un trato menos puntilloso. En definitiva, el Nocioni de toda la vida cuya aguerrida versión se expone a sufrir hoy en sus carnes el cuadro vitoriano en la jornada que tiene visos de suponer la puntilla definitiva a la hora de sepultar las remotas esperanzas coperas.