Cuando de víspera recibí la noticia de que Abdul Jeelani sería el nuevo americano del Baskonia, sufrí esa especie de parálisis transitoria que avisa de que algo va a suceder, como así fue. Al día siguiente estábamos convocados para el viaje a Manresa de cara al partido correspondiente de la incipiente ACB. Nervioso, fui antes de lo acostumbrado para verle y certificar que aquel jugadorazo que mis revistas decían que había triunfado en la NBA, sería mi compañero. Llegó al autobús y con aspecto cansino se tumbó en la parte trasera ocupando los cinco asientos. En mi condición de capitán consideré oportuno, a la vez que justo, subir tras él en compañía de los otros dos norteamericanos de la plantilla, Terry White y Willie Simmons, para presentarnos y desearle la mejor de las suertes. Ya en Manresa nos hospedamos en el hotel Pedro I, y en el reparto de habitaciones, Terry y Willie compartirían habitación y Abdul conmigo. Honor por todos los costados de aquella habitación con un ejemplar del nuevo testamento encima de una de las mesillas, compartiendo espacio con aquel teléfono del medievo que aún mantenía escritos los prefijos de la URSS y las Repúblicas del Este. Abdul, cansado, me pasó el librito y colocó su Corán en su mesilla de noche, al que tampoco hizo mucho caso. Tumbarse y quedarse seco fueron acciones simultáneas. Al día siguiente, y tras el espectacular desayuno de café con leche y un paquete de galletas María que se metió, entreno de tiro y por la tarde partido. Manu Moreno, segundo entrenador, se afanaba en enseñarle los movimientos tácticos mientras se disputaba el primer tiempo. No puso mucha atención y antes de llegar al descanso saltó a pista. Ya íbamos por delante en el marcador pero su entrada a cancha nos enseñó que con él no podíamos perder, que el que de verdad sabe jugar a este deporte, aún con las rodillas destrozadas, tiene ese algo especial que marca la diferencia. Alguien que te indica que tienes por compañero a un superclase. Excepcional. Tras esto, siempre he pensado que lo de la adaptación es una forma de explicar lo inexplicable sin fundamento. Tremendo y extremo en casi todo, prácticamente no entrenaba para estar en condiciones de cara al partido del fin de semana. Daba igual. Con sus pasiones y sus prisiones, llegaba el momento de jugar y era un referente en todo y para todos, con una lectura especial del juego solo al alcance de unos pocos. Y con el balón en las manos ya era un gran generador de sensaciones con la seguridad de que algo mágico iba a pasar. Él, que había gozado del éxito en la NBA e Italia, nunca decía que le pasara el balón, siempre me decía: “Si tienes un problema mírame”. ¡Y ya te digo que le miraba! Desprendido y preocupado porque estuviéramos a gusto con él, cuando en su segund año ya sabía que no seguiría en Vitoria, y con aquella sonrisa de pícaro 3.0 inseparable que ocultaba toda la gama de colores del blanco al negro, volví a perder mi presencia de espíritu cuando me soltó aquello de “Capitán, cuida de tu familia”. Y luego llegó el abrazo.