74

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Descalificado. Por segunda vez en la temporada, fue expulsado tras sus protestas a los árbitros en el minuto 27. La anterior ocasión tuvo lugar ante el Murcia. Con un equipo en plena caída libre, sigue sin dar con la tecla para propiciar la reacción. Se echa de menos en su discurso una cierta autocrítica y también una mayor exigencia para motivar a unos jugadores demasiado acomodados.

vitoria - Los milagros, en Lourdes. Lo que no puede ser, es imposible. Hay partidos predestinados a acabar con derrota en los que, por encima de otras consideraciones, se trata de dar la cara, mostrar algo de vergüenza torera para evitar una carnicería y no salir excesivamente dañado en el plano psicológico. A poco más podía aspirar ayer este melancólico y depresivo Laboral Kutxa, una triste sombra del que hasta hace bien poco ponía en serios aprietos a todos los transatlánticos continentales. Aunque duela decirlo, hoy en día ha quedado reducido prácticamente a escombros, carece de ese embaucador espíritu que le hizo grande y deberá pelear de lo lindo hasta la conclusión de la fase regular para evitar descender más abajo del noveno puesto. Algo que le privaría de continuar disfrutando de la licencia A de la Euroliga, su mejor patrimonio y un tesoro de valor incalculable en estos tiempos de economía de guerra donde no hay excesivas alegrías que llevarse a la boca.

Esta vez no hubo que maldecir un bochorno como el de Estambul y acaso constituyó esa la solitaria conclusión positiva de una velada sin historia que desembocó con una lógica aplastante en el resultado más previsible. Vista las alarmantes carencias de unos y los interminables recursos de otros, el 74-90 definitivo fue un resultado hasta benigno. Demasiada desigualdad como para creer en un milagro que apenas duró 16 minutos (30-30). Entonces, el monólogo merengue resultó incontestable. Los pistoleros de Pablo Laso no dejaron más margen para que, a partir de ese instante, brotara la ilusión. Llull, una fiera desatada en los compases iniciales merced a tres triples en poco más de un minuto ante la pasividad de Hodge, y Rudy destaparon el tarro de las esencias frente a un anfitrión vitoriano incapaz de hallar antídotos que dificultasen las plácidas evoluciones de los excelsos pistoleros visitantes. Sin apretar a fondo el acelerador, jugando a medio gas y con una suficiencia aterradora, el Madrid campó a sus anchas en un Buesa Arena resignado antes del salto inicial que ni siquiera entró en erupción con la descalificante a Scariolo en el tercer cuarto o los conatos de tangana entre Mirotic y Nocioni.

recaída de poeta Con un incontestable 44-60 en el marcador, el técnico italiano descargó su impotencia sobre los tres colegiados y echó más leña al fuego de la agria polémica entre el club y un estamento arbitral que ni por asomo es culpable de los numerosos males que asolan a una plantilla con vías de agua por todos los costados. El agujero en la dirección se hizo mayor ante la recaída de Poeta, algo que colocó al bisoño Van Oostrum a los pies de los caballos. El base anglo-holandés, un manojo de nervios al que estos duelos le vienen grandes, representó el mejor aliado blanco para que se esfumara de raíz la poca historia del partido.

Baskonia y Real Madrid han protagonizado épicas batallas en el pasado que conmovían al espectador neutral, pero hoy en día media un abismo entre los dos. La decadencia azulgrana contrasta con la atroz dictadura merengue en todos los frentes. Y la pista alavesa se encargó de retratar una realidad que escuece de lo lindo. El conjunto de Laso no sintió la necesidad de colocar una cuarta, quinta ni sexta marcha. La magistral dirección del Chacho, el instinto asesino de Llull y el inmenso talento de Rudy fueron suficientes para mantener a raya a un Baskonia demasiado acelerado y peleado con el mundo.

Más pendientes de estériles protestas a los árbitros que de endurecer su defensa o circular con criterio el balón en ataque, los alaveses volvieron a tender una alfombra roja para el lucimiento de los estiletes blancos. Prácticamente sobró una segunda mitad en la que solo hubo que rescatar el orgullo de Nocioni, la efervescencia de Diop y, ya en los minutos de la basura, alguna canasta inverosímil de Hodge, cuya profesionalidad se halla fuera de toda duda en plena rampa de lanzamiento hacia otro lugar. En definitiva, un clásico descafeinado en el que el Laboral Kutxa minimizó daños ante un rival de otro planeta que, por momentos, dio la sensación de no querer hacer sangre. Son ya siete derrotas consecutivas y la terca certeza de que debe moverse de manera urgente el árbol para que la temporada no acabe como el rosario de la Aurora.

Realidades opuestas. La velada careció de historia entre dos equipos inmersos en dinámicas antagónicas. El Buesa Arena retrató la abismal diferencia entre un bloque sobrado de confianza y otro sin rumbo que es una sombra del que, en su día, tuteaba a los grandes.

Tiroteo exterior. Los triples iniciales de Llull fueron una especie de premonición de lo que acontecería más tarde. La confianza de los blancos, traducida en trece triples -siete de ellos a cargo del balear-, resultó mortal de necesidad para un Baskonia que apenas compitió durante los 16 minutos iniciales.

Estuvo pasado de revoluciones y se desgastó en exceso en su batalla dialéctica con Mirotic, pero su orgullo es tan grande que terminó otra vez como el azulgrana más valorado.