vitoria. Nada justifica el doloroso esperpento padecido ayer en un Buesa Arena convertido en un funeral. Ni las sensibles bajas de San Emeterio y Hanga que minaron el potencial azulgrana, ni la cercanía del trascendental duelo ante el Fuenlabrada con un billete copero en juego ni la inmensa clase de esa insaciable máquina llamada Spanoulis ni nada por el estilo. Al Laboral Kutxa le ha costado excesivo tiempo labrarse un prestigio y ser un conjunto respetado en el Viejo Continente como para manchar su imagen de esta manera en apenas cuarenta indignos minutos. Se asume y se entiende que la época más dorada del club ha quedado atrás por culpa de la pérdida de pujanza económica y que los grandes transatlánticos han ensanchado la diferencia, pero afrentas así no forman parte del ADN de una casa que enarbola la bandera del carácter como lema para recobrar la ilusión perdida.

Los pesos pesados del plantel vitoriano deberán mirarse al ombligo tras uno de esos partidos que soliviantan por la falta de pundonor y la escasa vergüenza torera para contener la lluvia de golpes. La afición azulgrana, que reprobó con pitos el escaso deseo de un grupo que no quiso competir y bajó los brazos con una facilidad desmedida, aguantó estoicamente el recital heleno antes de desertar mucho antes del pitido final. Asimilado que los títulos o la Final Four son una quimera, penosos episodios como el vivido ante el vigente campeón de la Euroliga durante las dos últimas campañas constituyen una puñalada para la autoestima y atentan contra los valores de un club que ante todo exige sacrificio, honestidad y compromiso. Nada de eso emergió en una de las jornadas más duras por la forma en que se gestó el varapalo.

El Laboral Kutxa fue un juguete roto en manos del Olympiacos, que aterrizó en el coliseo alavés envuelto en un mar de dudas y salió de él con el pecho hinchado tras circular a través de una alfombra roja. Una velada que amaneció de forma esperanzadora gracias a seis puntos consecutivos de Nocioni desembocó en un mal trago. Esa rigurosa técnica al argentino por hacer flopping -previamente había sido avisado por los colegiados- supuso el principio del fin para un anfitrión que acabó con el rostro completamente desfigurado en cuanto Spanoulis cogió el toro por los cuernos y decidió sepultar de raíz las esperanzas locales de reengancharse a la pelea en el Top 16.

El genio nacido en Larissa se hinchó a repetir una jugada indescifrable para la pizarra de Scariolo. Bastó un simple pick and roll central, finalizado por el crack heleno con la maestría que le caracteriza o con un triple de cualquiera de sus compañeros completamente libres de marca en una esquina, para que el Baskonia se adentrara en un callejón oscuro. Los triples de entrenamiento firmados por Lojeski retrataron la fragilidad mental azulgrana. El partido, al que le sobraron más de tres cuartos, únicamente duró seis minutos. Por lo demás, apenas hubo margen para comprobar el entusiasmo y la chispa de los jóvenes.

Orientada su vista en la cita de Fuenlabrada, Scariolo decidió oxigenar a los pesos pesados. El público, que no ahorró los pitos para castigar la abúlica imagen de sus pupilos, agradeció la intensidad de Diop, el regreso al primer plano del Van Oostrum y, sobre todo, el bautismo continental de Carlos Martínez. El Olympiacos levantó el pie del acelerador tras amasar rentas superiores a la treintena de puntos y el castigo quedó, en parte, minimizado. Entretanto, varias piezas locales volvieron a quedar retratadas en una jornada aciaga. Hodge desperdició una nueva oportunidad para reivindicarse, Poeta avivó los males en la dirección al arrastrar al Laboral Kutxa hacia el caos, Mainoldi prolongó su preocupante falta de confianza ante el aro rival, los dos escoltas apenas dotaron de punch a la ofensiva y Hamilton irritó al personal por sus desconexiones defensivas. Sin margen para cicatrizar las heridas, el Fernando Martín de Fuenlabrada determinará dentro de unas horas si la actual temporada termina como el rosario de la Aurora o, en su defecto, asiste a la consecución del segundo objetivo de una temporada angustiosa. El miedo a un sonrojante fracaso es latente por lo que transmite un bloque desprovisto otra vez de alma.