El vigente campeón de las dos últimas ediciones de la Euroliga se muestra más vulnerable que nunca antes de visitar este viernes el Buesa Arena. El Baskonia no puede consentir la resurrección de un conjunto que aterrizará en el coliseo alavés envuelto en serias dudas. El Olympiacos circuló como un cohete a lo largo de la primera fase, acabando como el único invicto junto al Real Madrid. Su arranque de Top 16 ante el Fenerbahce, saldado con un contundente 95-82, sirvió para continuar metiendo el miedo en el cuerpo a sus rivales, pero el cuadro heleno no levanta cabeza desde entonces con una ceguera ofensiva digna de mención que invita al optimismo.

El próximo rival azulgrana viene de cosechar tres derrotas hirientes que han minado un crédito por las nubes. La primera muestra de su inseguridad tuvo lugar en el Mediolanum lombardo, donde firmó unos pírricos 51 puntos que lógicamente se tradujeron en un severo castigo a manos del Emporio Armani. Una semana más tarde, el Barcelona prolongó sus miedos al dejarle en evidencia (72-81) delante de sus propios aficionados. La gota que colmó el vaso se produjo el pasado lunes en el clásico del baloncesto heleno que servía para dilucidar el liderato al final de la fase regular. La férrea defensa del Panathinaikos maniató a los hombres de El Pireo, cuyos escuálidos 48 puntos enrojecieron los mofletes de una plantilla malherida por la sensible ausencia de Acie Law -baja para lo que resta de la temporada y relevado por Mardy Collins- y el sonado desacierto de su principal estrella.

Porque si hay un termómetro que mide la temperatura del Olympiacos, ése no es otro que Vassilis Spanoulis. El Dios griego es humano, como lo demuestra su fatídica racha ante el aro rival desde la línea de 6,75 metros. De los 19 triples que ha intentado en los citados encuentros ante transalpinos, culés y atenienses, apenas ha convertido dos. En una decisión inusual, su técnico Giorgios Bartzokas le relegó el lunes al banquillo durante la práctica totalidad del último cuarto. Un síntoma inequívoco de que, con permiso de Navarro y Diamantidis, el mejor baloncestista que compite desde hace años en el Viejo Continente posee en estos instantes la confianza por los suelos. Ello, sin embargo, no debe redundar bajo ningún concepto en la relajación de un Laboral Kutxa que ha sufrido como pocos su irresistible manantial ofensivo.