Vitoria. Una desgraciada enfermedad de un compañero ha servido, al menos, para que uno de los jugadores obligados a dar un paso al frente alce la voz y presente su candidatura para convertirse en el añorado killer del Laboral Kutxa. Entre los culpables que están propiciando la resurrección vitoriana, emerge sin lugar a dudas la figura de David Jelinek. El escolta checo, que pasó de puntillas en la parte final de la pasada temporada tras recalar en el Fernando Buesa Arena a finales de enero en sustitución del ahora barcelonista Brad Oleson, vive su momento más dulce desde que viste la elástica azulgrana en vísperas de la pasada Copa del Rey.

Su pujanza quedó especialmente patente en el último compromiso de la Euroliga ante el Maccabi. Su sangre fría silenció el pasado jueves las bulliciosas gradas del Nokia Arena gracias a un puñado de canastas providenciales. Erigido en un desatascador letal y certero ante el aro rival, sus 14 puntos dieron alas al equipo de Scariolo para profanar uno de los santuarios más inexpugnables de la competición continental.

Su juventud invita a pensar que el ex del Joventut no ha alcanzado todavía su techo y podrá brindar grandes noches de gloria al baskonismo. Desde la marcha de Igor Rakocevic, la ausencia de un dos dotado de capacidad para generarse sus propios tiros viene siendo una de las asignaturas pendientes de los sucesivos proyectos planificados por Josean Querejeta. "Todos me pedían que diese un paso al frente: la afición, la gente del club... Me siento muy cómodo ahora mismo y espero estar dando la respuesta que todos querían", explicó ayer Jelinek, para quien el choque de este viernes ante el Panathinaikos será "el más importante" de los jugados hasta ahora por el Laboral Kutxa.