Lo tuvo en su mano y se le escurrió de forma cruel tras unos caóticos segundos finales en los que adoleció de instinto asesino, oficio y personalidad para rematar su excelente trabajo anterior. El Laboral Kutxa, víctima de una maldición que se está cebando con su magullado cuerpo hasta límites insospechados, ensombreció ayer un poco más su futuro continental con una derrota que dejará secuelas psicológicas y, posiblemente, también físicas si se confirma la pérdida de su mejor jugador.
Porque si el 85-84 definitivo ya supuso de por sí una puñalada en el corazón del baskonismo por cómo se gestó, la mayor preocupación facturada del desplazamiento a Krasnodar viene dada por el enésimo percance de Nocioni. Tras una aparatosa caída en su intento de taponar un lanzamiento de Maric a cinco minutos para la conclusión, la rodilla izquierda del Chapu -corazón de un equipo cogido con alfileres que lleva soportando toda clase de desgracias desde el arranque de la temporada- acabó seriamente lastimada. El argentino, un tipo que aguanta de forma estoica el dolor y que jamás se borraría de cualquier cita de este calado, enfiló raudo el camino hacia el banquillo con evidentes gestos de dolor. Por si no había sido suficiente la epidemia vivida hasta ahora, otro directo hacia la línea de flotación azulgrana.
Con o sin el concurso del racial santafesino, la tropa adiestrada por Scariolo nunca debió pecar de ingenua y perdonavidas en un escenario tan gélido donde se manejó con suma solvencia. De hecho, contrajo méritos para abandonar las lejanas tierras rusas con un triunfo de oro en el equipaje que le hubiese reportado más de medio billete hacia el Top 16. Tras hurgar durante 39 minutos en las debilidades de un Lokomotiv francamente vulnerable, un epílogo repleto de decisiones pésimamente ejecutadas arruinó el anhelado objetivo de enderezar el rumbo en esta Euroliga.
un epílogo aterrador Cinco sabrosos puntos (79-84) dentro del último minuto debían ser suficientes para contener el intento de rebelión ruso, pero la desgracia sobrevino de forma impensable cuando el Laboral Kutxa ya acariciaba con la yema de los dedos un éxito indispensable. Hodge y Heurtel, impecables hasta ese momento, incurrieron en varios errores mortales de necesidad. Y la puntilla llegó a cargo de Simon, completamente solo desde 6,75 metros, después de que todos los defensores visitantes desestimaran la posibilidad de hacer una falta para, como mínimo, asegurar la prórroga.
El base portorriqueño, que había forjado la resurrección azulgrana en el segundo cuarto con un magnífico repertorio de penetraciones, regaló en primera instancia con una falta absurda tres tiros libres a Williams que estrecharon el marcador (82-84). A renglón seguido, Heurtel -salvador en otras ocasiones- enloqueció con un triple sin sentido que, tras la imposibilidad de capturar el rebote ofensivo, precedió el letal aguijonazo del exterior croata. Todavía restaban seis segundos para recomponer la figura. El balón fue a parar a Hodge, que rodeado por auténticos gigantes se trastabilló en exceso y vio cómo su vaselina a la desesperada era repelida por el aro. Colosal decepción, rostros de incredulidad, cabezas hacia el suelo y la sensación de haber resucitado a un muerto y malogrado una oportunidad de oro para compensar el varapalo encajado ante el Estrella Roja.
Salvo el desconcertante cuarto inicial, aprovechado por el Lokomotiv para poner tierra de por medio con un celestial protagonismo del elástico Derrick Brown, y una parálisis tras el descanso motivada por la marcha al banquillo de Pleiss, el Baskonia rubricó una actuación impecable. Movió el balón con criterio, su zona hizo dudar a los excelsos tiradores locales y se encomendó a un óptimo trabajo coral para lograr plácidas rentas. Salvo San Emeterio, de nuevo en su peor versión, el tocado Kaukenas y un irrelevante Mainoldi, todos los peones de Scariolo dieron la cara en la cancha del gallito ruso. Sin embargo, sobró un último minuto convertido en una película de terror. El conjunto vitoriano, ya privado de la casta del Chapu, se autoinmoló con una catarata de errores imperdonables que tiñen de sombras el futuro europeo. El pasaporte hacia el Top 16 aún se puede enderezar, no así una grave lesión de su gladiador más encomiable.