vitoria. Corría el mes de junio de 2006 y el TAU de Velimir Perasovic buscaba resarcirse de la hiriente derrota que padeció un año antes en la final de la ACB ante el Madrid. El triple de Herreros aún no había cicatrizado y el conjunto azulgrana volvía a presentarse en la eliminatoria por el título para exorcizar los fantasmas y sumar el segundo trofeo liguero. Enfrente se encontraba el Unicaja, que se había impuesto en los dos encuentros disputados entre ambos equipos en una fase regular que cerró como líder destacado.

Sergio Scariolo dirigía aquel plantel plagado de buenos jugadores (Pepe Sánchez, Berni, Cabezas, Vasileiadis, Risacher, Pietrus, Herrmann, Marcus Brown, Daniel Santiago y Garbajosa) y afrontaba un duelo que para él encerraba sensaciones muy especiales, como todos los que ha tenido que afrontar en los catorce años que ha pasado lejos de Vitoria. Con el italiano a los mandos, el combinado costasoleño barrió en aquella final al TAU (3-0). Scariolo sumaba su segundo título con la entidad del Carpena (había conquistado también la Copa del Rey del curso anterior). Han sido los dos únicos títulos en la historia de Unicaja. Lo que nadie podía esperar a esas alturas de la carrera de un técnico que había amarrado algún trofeo en casi todos los equipos en los que había entrenado era que aquella final, tan lejana en el tiempo para el baskonismo, representara el último éxito al frente de un club del preparador nacido en Brescia.

Cuatro veranos al frente de la selección han salpicado de satisfacciones el palmarés de Scariolo, que salvando el fiasco del Mundial de Turquía, donde el triple postrero de Teodosic dejó a España fuera de la lucha por las medallas, sacó el máximo partido al combinado estatal. Ganó el oro tanto en el Eurobasket de 2009 como en el de 2011 y tuvo que conformarse con la plata en Londres, donde el Dream Team acabó por revelarse como un rival imbatible. Sin embargo, Scariolo tiene una espina clavada y entiende que Vitoria es el lugar ideal para sacársela. Tras dos experiencias un tanto amargas en sus dos últimos destinos, dos clubes en los que ha dispuesto de más dinero que cordura, la solidez estructural de una entidad que conoce a la perfección, a la que ayudó a modernizarse, a crecer, ha supuesto un argumento de peso para desechar otras ofertas y consumar su regreso catorce años después.

Scariolo tiene hambre de títulos, ganas de volver a encontrar la ilusión perdida en sus dos destinos anteriores. Y esa ambición ha encontrado la horma de su zapato en un club que buscaba un líder que combinara experiencia contrastada y la ilusión por trabajar en un proyecto que tendrá como objetivo ineludible volver a situar al Laboral Kutxa en el primer plano competitivo. La confianza plena que Josean Querejeta tiene depositada en su nuevo técnico concederá al preparador transalpino cierta libertad, pero también conllevará un umbral de exigencia que desde luego exigirá unos resultados mucho mejores de los que cosechó tanto en Moscú como en Milán.

Para un técnico de éxito no ha resultado sencillo asumir la sequía con la que ha convivido en dos proyectos ambiciosos pero faltos de criterio como los que dirigió en el Khimki y en Milán, donde ha salido con la cabeza gacha tras haber sido incapaz de ejercer como profeta en su tierra. Por eso el técnico lombardo ha priorizado el proyecto baskonista por delante de los que pretendían poner en sus manos tanto el Unics Kazan como el Dogus. Dos clubes sin apenas nombre en el panorama internacional y que han anunciado importantes inyecciones económicas en un momento de recesión en el que la gran mayoría recorta presupuesto pensaron en Scariolo como patrón de sus equipos. Pero esa historia ya la ha vivido antes y los resultados no fueron halagüeños.

Su desembarco en Rusia, tras once temporadas en la ACB, resultó bastante fructífero. Aun sin títulos, Scariolo guió al Khimki a la final de la Eurocup, en la que cayó ante el Lietuvos Ritas de Milko Bjelica, y certificó su primera clasificación para la Euroliga. Disponía de un brillante plantel en el que destacaban figuras como Carlos Delfino, Maciej Lampe, Ponkhrasov, Fridzon, Mozgov, McCarty, Milton Palacio (que un año más tarde recalaría en Vitoria para ayudar a ganar el tercer título liguero del Baskonia) y un jugador talismán para el italiano como Jorge Garbajosa, pero esa inyección no resultó suficiente para acabar con la tiranía del todopoderoso CSKA. Al año siguiente el Khimki volvió a tirar de cartera. Llegaron jugadores como Langford, Monya, Raúl López o dos exbaskonistas como Zoran Planinic y Travis Hansen, pero el combinado de la periferia de Moscú no fue capaz siquiera de acceder al Top 16. Ese descalabro supuso el epílogo de la etapa en Moscú de Scariolo, que ya se encontraba centrado en su labor como seleccionador.

vuelta a casa El italiano se tomó un año de asueto antes de volver a sentarse en el banquillo de un club. Otro equipo con más ambición que tradición, al menos en las últimas décadas, lo sedujo, con el añadido de que le permitía trabajar en su tierra natal. El importante compromiso de patrocinio de la firma de moda Emporio Armani concedió una enorme libertad de actuación a los rectores del Olimpia de Milán, que se lanzaron con desenfreno al mercado y esculpieron una plantilla en apariencia de lujo a golpe de talonario. Jugadores pretendidos por otros pujantes clubes europeos, como Cook, Bourousis, Langford o Fotsis, recalaron en la capital lombarda. Pero Scariolo jamás logró extraer lo mejor de una plantilla en la que por momentos dio la impresión de que cada cual remaba en una dirección.

El rendimiento en Euroliga ha sido discreto durante las dos temporadas de Scariolo. El pasado año accedió al Top 16 y este cayó tras perder en los dos partidos ante el Laboral Kutxa. Tampoco en la Lega pudo quebrar la hegemonía del Montepaschi. El cuadro sienés ganó el pasado año su sexto scudetto consecutivo y este está camino de lograr el séptimo. A pesar de contar con ventaja de cancha por quedar cuarto en la fase regular, el Armani sucumbió ante el combinado que dirige Luca Banchi en la eliminatoria de cuartos. La derrota resultó especialmente dolorosa. Los milaneses vencieron en los dos primeros duelos y aunque perdieron en los dos siguientes, disputados en Siena, lograron volver a ponerse con ventaja en la serie tras ganar el quinto partido en su feudo. Una nueva derrota en el Palaestra fió la suerte de la eliminatoria a un séptimo partido que el equipo de Scariolo jugaría ante su afición pero en el que sucumbió. El proyecto saltaba definitivamente por los aires, tras confirmarse que el Olimpia (el club más laureado de Italia con 25 scudettos) prolongaba una sequía de títulos ligueros que ya dura 24 años, y el entrenador nacido en Brescia, que había firmado por dos campañas, se despidió sin honores.

En estas circunstancias, tras dos experiencias decepcionantes y con la vista puesta en el retrovisor, en lo que fue un pasado glorioso e ilusionante, Scariolo recogió gustoso el guante que le lanzó Josean Querejeta. El italiano siente hambre de gloria, la necesidad de reivindicarse como lo que es, uno de los entrenadores con mejor cartel del continente, "uno de los grandes", según lo definió el miércoles el propio presidente baskonista. A pesar de haber ido a lo seguro, de haber evitado apuestas arriesgadas como la que realizó con Tabak mediado el pasado curso, Querejeta ha encontrado lo que buscaba, un entrenador que combina las ganas y el conocimiento. Esa se considera en el club azulgrana que debe ser la receta con la que poner fin a una crisis que ha sumergido en la resignación a un importante segmento de la afición baskonista.