adiós con todo merecimiento. Insólitas vacaciones desde el 28 de mayo. Algo inaudito que ni los más viejos del lugar recordaban. Tras nueve billetes consecutivos para la antesala de la final que habían convertido al Baskonia en un asiduo de la aristocracia, el mágico hechizo se quebró el día más inesperado y de la forma más impensable posible. El melancólico conjunto vitoriano, cuya desidia en estas postrimerías de la campaña tras asegurar el segundo puesto de la fase regular ha clamado al cielo, despidió ayer en el Buesa Arena una temporada lastimosa en todos los sentidos que se cobró, en primera instancia, la cabeza del técnico más laureado en la historia del club (Dusko Ivanovic) y, lo que es peor de todo, la pérdida completa de unas señales de identidad que siempre habían presidido el ADN azulgrana. Al final, se ha demostrado que el montenegrino no era el único culpable.

Unas tristes semifinales de Copa del Rey al amparo de la afición, unos cuartos de final de Euroliga que llegaron casi de rebote tras sendos afortunados billete para el Top 16 y el Top 8, así como una prematura eliminación en los play off por el título ante el Gran Canaria, que evidenció todas las magníficas hechuras colectivas de las que adoleció un combinado alavés sencillamente sin rumbo, constituyen un bagaje a todas luces insuficiente. Más bien, paupérrimo si se tiene en cuenta que el listón estaba muy elevado durante las últimas temporadas. Los pitos del Fernando Buesa Arena nada más consumarse el doloroso 66-72 estuvieron más justificados que nunca porque la decepcionante velada de ayer condensó todos los errores de una campaña planificada de manera sospechosa. Como cabía esperar, varios errores de bulto (la renovación de Milko Bjelica, las rescisiones de Taylor Rochestie y Carlos Cabezas, la errónea apuesta por Omar Cook, la venta de Brad Oleson para cuadrar números...) y las alarmantes carencias en determinadas posiciones han terminado pasando factura.

El Gran Canaria jugó con los nervios y el agarrotamiento de un grupo descabezado en la dirección, huérfano de punch en el perímetro y carente de un juego interior solvente. El temerario triple de Heurtel en el asalto inaugural sólo sirvió, a la postre, para prolongar una triste agonía. Pese a tener a tiro la victoria en el CID, todo fue un espejismo. Por tercer partido consecutivo, el Baskonia se vio atrapado en la perfecta tela de araña diseñada por Pedro Martínez y fracasó a la hora de encontrar la tecla que permitiese atacar con clarividencia la férrea defensa insular. Su tétrico comienzo, traducido en dos canastas en los siete primeros minutos ante la aciaga dirección de Cook, constituyó una peligrosa carta de presentación y la certeza del atroz sufrimiento que aguardaría durante los cuarenta minutos.

Incapaz de cambiar el cansino y monótono ritmo visitante, empeñado cada integrante local en hacer la guerra por su cuenta, lastrado por unos guarismos paupérrimos y sin soluciones desde el banquillo para darle una vuelta de tuerca al nítido dominio amarillo, el Laboral Kutxa se autoinmoló en unos pésimos minutos finales que retrataron a varios componentes de su plantilla y a su entrenador. Tras reflotar anímicamente a un bloque destruido y falto de confianza, Zan Tabak se perfila como el principal damnificado de una eliminación que anticipará una drástica limpieza en el vestuario. Pese a contar con contrato en vigor, su continuidad se halla repleta de sombras. Josean Querejeta, un tipo al que no le tiembla el pulso con las victorias y mucho menos con fracasos sin paliativos como el de ayer, es inflexible en las derrotas. Este verano rodarán cabezas y llegarán nuevos nombres que ilusionen a un público desencantado y resignado ante el pobre espectáculo presenciado durante los últimos meses. En definitiva, la crónica de una muerte anunciada.