Vitoria. Quedaban tres segundos para que se consumara el desastre y Maciej Lampe se fajó para capturar un rebote que valía oro. El polaco buscó a Nocioni, pegado al banquillo local y el argentino vio a Thomas Heurtel corriendo hacia la pista contraria. El partido estaba perdido. El marcador reflejaba un alarmante 54-56 y apenas quedaban cinco segundos cuando el timonel galo, pitado con anterioridad, recibió la pelota y encaró al defensa a ocho metros de la canasta. Cualquier otro jugador habría optado por la penetración, que quizá se hubiera resuelto con una falta y dos tiros libres que mandaran el partido a la prórroga. Pero Heurtel no es cualquier otro jugador. Heurtel es Heurtel. Sin pensárselo dos veces, como casi todo lo que hace, se elevó y por un instante el Buesa Arena quedó sumido un silencio sepulcral. Pedro Martínez se echó las manos a la cara cuando el balón acarició la red y el graderío del coliseo de Zurbano estalló en un sonoro rugido de furia y alivio.

El Laboral Kutxa de las dudas, un equipo que había llegado a los cuartos de final sin ahorros ni crédito, salió victorioso de un partido en el que no hizo méritos para sumar un triunfo que puede resultar determinante para la suerte de la serie y, quién sabe, para el resto de camino que debe recorrer en un play off en el que persigue el cuarto título liguero de su historia.

El cuadro azulgrana, que por momentos llegó a desesperar a la grada, que recibió pitos, viajará a La Roca con el colchón que supone haber sumado el primer punto de la serie pero también con una lección que debería haber aprendido a lo largo de los últimos partidos de la fase regular, en los que se encendieron las alarmas. El Baskonia ayer no fue mejor del que se enfrentó al Estudiantes o cayó con estrépito en Tenerife. Contra pronóstico, porque se esperaba una reacción furibunda, la versión de las grandes ocasiones volvió a ausentarse y en su lugar apareció sobre el parqué del Buesa Arena el colectivo dubitativo al que nadie tenía ganas de volver a ver.

Suele decirse que quien juega con fuego se acaba quemando y, aunque no se quemó, el Laboral Kutxa salió escaldado de su primera toma de contacto con el play off. Al Baskonia le costó poner en funcionamiento la maquinaria. Tenía demasiado óxido tras unas semanas de reposo activo que propiciaron que buena parte del crecimiento que había experimentado el equipo tras la eliminación continental se marchara por el sumidero. A pesar de la explosión inicial de ímpetu generada por un Andrés Nocioni que volvió a ser vísceras y corazón, el cuadro azulgrana se sumió en la tela de araña que dispuso un Pedro Martínez que logró llevar el partido a su terreno.

Se había advertido a lo largo de la semana sobre el peligro que entrañaba un duelo a pocos puntos, pero Tabak fracasó en su intento de guiar el choque a su parcela. El Gran Canaria lo llevó al fango, lo embarró, y el anfitrión por momentos se hundió en las arenas movedizas. Sin oportunidad de correr, con dificultades para controlar el rebote y especialmente desatinado en el lanzamiento exterior -en parte porque no se trabajaban situaciones cómodas-, el conjunto vitoriano dejó que su renta inicial de siete puntos (15-8) se esfumara lenta pero inexorablemente.

Más allá de Nocioni, y de un Lampe que resultó más efectista que efectivo, hubo poco, y la situación se gangrenó cuando comenzó el carrusel de cambios. Sólo San Emeterio, sin suerte, trató de enchufar a un plantel que pagaba los excesos de confianza de anteriores citas.

A pesar de la evidencia que se reflejaba sobre la pista, y de las ostensibles muestras de descontento que ofreció el público, todo el mundo esperaba que el partido entrara tarde o temprano en los cauces de la normalidad. Pero no lo hizo. Aun con bajas, el Gran Canaria se mostró como un oponente orgulloso, convencido de sus posibilidades, y tuvo el partido ganado.

La falta de temple en los tiros libres condenó a los isleños. Bueno, eso y el triple cruel y postrero de Heurtel, que despreció la justicia y concedió una victoria que puede cambiar la historia.