CUando pase el subidón tras un milagroso final que no hizo justicia con los méritos de un Baskonia caótico, cuando técnicos y jugadores analicen en frío un partido catastrófico que se convirtió en una pesadilla casi desde el salto inicial, cuando se repase en definitiva el vídeo de cuarenta minutos -eso sí, salvo los 24 segundos finales- para alojar en el fondo de la basura, más de uno debería avergonzarse y mirarse el ombligo. Por mucho que la afición azulgrana estallase de júbilo con ese salvador misil del siempre imprevisible Heurtel que supuso un resoplido de alivio, este Baskonia desnortado, preso de los miedos e irreconocible por todos sus poros emite unas señales críticas. Hacía tiempo que no era tan vulgar y vulnerable pese a los buenos resultados de una temporada con mejores números que sensaciones y juego. Los sospechosos accidentes ante el Estudiantes y el Canarias, teñidos de una indolencia injustificable que no casa con los valores exigidos en el Fernando Buesa Arena, esconden algo mucho más grave como la falta de una idea y la escasa consistencia como colectivo.
Frente a un Gran Canaria huérfano de tres de sus mejores pilares que antes de asistir al increíble bombazo de Heurtel regaló la victoria gracias a cuatro tiros libres desperdiciados en el último minuto, el Laboral Kutxa anduvo perdido en un laberinto. A merced de un conjunto canario justísimo de talento pero rocoso a más no poder y disciplinado como pocos en el que cada jugador conoce su rol, extrae petróleo de sus virtudes y disimula sus defectos. Con muy poca materia prima, el rival baskonista sembró el pánico en una velada repleta de despropósitos y presidida por los pésimos porcentajes de unos y otros desde el perímetro.
Si la eliminatoria entre alaveses e insulares estaba predestinada a ser una pelea de estilos, hubo un vencedor claro y un perdedor evidente pese al 57-56 definitivo. Pedro Martínez ganó por goleada la batalla táctica a un Zan Tabak que fue incapaz de hallar antídotos para romper la tela de araña amarilla. La tozudez del técnico croata a la hora de simultanear la presencia en pista de los dos Bjelica para contrarrestar a los versátiles Nelson y Báez constituyó el inequívoco síntoma de que el Baskonia fue a rebufo de los planteamientos tácticos de su rival en todo momento. Tras recuperar psicológicamente a un equipo que estaba destruido, el de Split pierde crédito a pasos agigantados.
Dos triples iniciales de Causeur y Nemanja Bjelica -el jugador más señalado, a la postre, con el dedo dentro del desbarajuste general tras ser relegado al banquillo desde el minuto 25- dibujaron un panorama esperanzador en un arranque eléctrico que hizo presagiar una cómoda victoria. Sin embargo, la parálisis azulgrana a partir del segundo cuarto adquirió unos tintes dramáticos. Empeñado cada uno en hacer la guerra por su cuenta, cada ataque se estrelló contra un bosque de brazos y piernas. Los bases se empeñaron en botar el balón más de la cuenta, los tiradores carecieron de posiciones cómodas, mientras que los pívots -especialmente Lampe- apenas recibieron balones francos para aprovechar su envergadura. Nadie se salvó del naufragio hasta que, con todo perdido y con la espada de Dámocles de la eliminación sobre su cabeza, Beirán sufrió un ataque de pánico desde la línea de personal y Heurtel ejecutó una suspensión milagrosa que hizo enloquecer a un Buesa Arena al borde de la desesperación. Ni siquiera la portentosa acción del timonel galo, peleado contra el mundo hasta ese instante, endulzó el mal sabor de boca que deja un encuentro para olvidar.