Fuenlabrada. cuenta casi con tantos detractores como defensores. Tiene una capacidad innata para generar sensaciones. De todos los colores. Pero cuando entra en trance, es capaz de hacer cosas que están al alcance de muy pocos. Lo hizo hace diez días en el Buesa Arena, en esa reacción de animal herido con la que trató de vencer a los elementos en el cuarto encuentro ante el CSKA, y lo repitió ayer. Tras haber encendido la mecha un Chapu Nocioni pletórico, Thomas Heurtel acabó por dinamitar el partido y al Fuenlabrada.
Frente al conjunto moscovita, en ese duelo de infausto recuerdo que aún escuece, anotó 17 puntos en el último cuarto. Ayer no llegó a esa cifra, se quedó en 13. Pero ofreció una de esas exhibiciones que provocaron el aplauso involuntario y doloroso incluso en parte de la grada del Fernando Martín.
Justo en el momento en el que se debía decidir la identidad del ganador, en esos instantes en los que se separa el trigo de la paja, que ensalza a los valientes y condena a los cobardes, el timonel galo sacó a relucir su -en ocasiones temeraria- valentía. Con esa mezcla de valor e inconsciencia tan propia del jugador galo, el partido quedó roto.
Primero destapó su brutal talento en el lanzamiento exterior, con dos triples de complicada ejecución, tras bote, con el defensor encima y pocos segundos para agotarse la posesión. Ambos acabaron en las redes. Entraron con suavidad, con la misma que una navaja afilada se clavaba en el corazón de un Fuenlabrada que veía cómo el descarado jugador francés echaba por tierra todo el trabajo acumulado.
El equipo madrileño respondía. Valters, con otro triple, trataba de mantener con vida sus opciones de victoria. Pero Heurtel sabía que había desaparecido tiempo atrás. Y todo el que se encontraba en el pabellón, viendo al director de juego baskonista, también compartía esa misma certidumbre.
En la siguiente acción, tras haber metido pimienta a un partido que el Baskonia no habría ganado con el ritmo pausado de un Cook que tampoco lo hizo mal, destrozó la defensa fuenlabreña y anotó en una penetración plena de fe que además le costó la falta a Kurz. Aunque falló el tiro adicional, Heurtel tenía claro que debía seguir minando la moral de sus pares. Ni Colom ni Valters sabía siquiera cómo pararle. Ayer era imposible. Cuando entra en ese estado de inspiración, nadie puede. Y el galo, con otra bandeja, se lo volvió a recordar.
Aún tendría tiempo para superar la primera línea de defensa una vez más. Pero esta vez prefirió asistir a Pleiss. Fue uno de los siete pases de canasta que concedió ayer el base galo. Además de jugar, de brillar, hizo jugar y brillar a sus compañeros.
Fiel a su personalidad, que a veces le supone meterse en líos, volvió a dar la cara en los segundos finales, cuando comenzó el carrusel de tiros libres. No le tembló el pulso. Anotó los tres primeros y en el cuarto que lanzó, con tres segundos por jugarse, el rechace cayó en manos de Tibor Pleiss. El daño ya estaba hecho. Tras anotar 13 de los 15 últimos puntos del Laboral Kutxa, abandonó la pista como se nada. Con la misma expresión con la que la abandonó cuando Tabak lo mandó al banquillo, tras un gris paso por el parqué, en el segundo cuarto.