Vitoria. En medio de una convulsa marejada de noticias extradeportivas que hacen un flaco favor para la estabilidad del club, el Baskonia afronta esta noche la enésima final en la Euroliga. Mientras las tertulias baloncestísticas de la ciudad se alimentan durante las últimas jornadas con comentarios variopintos sobre el presunto mal rollo del vestuario, la salida por la puerta de atrás de Carlos Cabezas, el posible interés en algún jugador de cara al futuro o incluso la delicada situación de la tesorería que podría llevar aparejada una astronómica deuda con la Hacienda foral, pocos parecen haberse percatado de que el Buesa Arena alberga un partido casi dramático en el que una derrota puede enterrar, no matemática pero sí virtualmente, las todavía intactas opciones alavesas de alcanzar los cuartos de final del torneo más glamouroso.
Comparece esta vez un Maccabi venido a menos aunque dispuesto a pescar en río revuelto y hurgar en una herida que se remonta a cuatro jornadas atrás cuando el Caja Laboral empezó a perder el rumbo en la competición y echar por la borda su excelente trabajo de los albores del Top 16. Las derrotas ante Barcelona, Khimki, Montepaschi y Olympiacos, aderezadas de una lectura del juego y una actitud paupérrimas en muchos casos, no dejan ya excesivo margen de error a un conjunto que no puede permitirse un tercer tropiezo consecutivo al amparo de su público. Con el fin de no perder la estela de los cuatro primeros, reengancharse a una pelea frenética que no consiente titubeos y corroborar los atisbos de reacción vistos ante el Gran Canaria, la tropa de Tabak aspira a un triunfo balsámico que calme las agitadas aguas.
Se ha entrado en una especie de proceso autodestructivo que el peor enemigo del Baskonia parece hoy en día el propio Baskonia. Algo insólito en un club impermeable, hermético y opaco como pocos donde, hasta hace bien poco, estaba levantado un muro de cemento entre el equipo y el exterior, y ninguna noticia negativa provenía de sus propias entrañas. El fulminante despido de Carlos Cabezas, señalado a la postre como el culpable de la filtración de lo ocurrido en El Pireo, ha constituido el implacable golpe de efecto de Josean Querejeta para, en primer lugar, respaldar la incuestionable autoridad del preparador croata ante los ojos de la plantilla y que aquel jugador que no reme en la misma dirección tendrá sus horas contadas en la capital alavesa. Tabak podrá disponer de Jelinek, no así un Van Oostrum que no ha sido inscrito a tiempo para actuar en Europa.
decadencia 'amarilla' El desembarco del Maccabi, al que seguirá el doble enfrentamiento frente a los desahuciados conjuntos turcos, es el preludio de un calendario continental, a priori, más asequible que debe servir para hacer un imprescindible acopio de triunfos antes de que la montaña vuelva a empinarse en unas últimas jornadas de auténtico infarto. Como sucede con el Caja Laboral, el emblema de Israel ya no infunde tanto temor como antaño cuando se convirtió en uno de los grandes dominadores del Viejo Continente de la mano de Jasikevicius, Parker, Vujcic y compañía. Ahora es un colectivo más terrenal y vulnerable pese a que está dirigido por uno de los entrenadores más prestigiosos que presume de enarbolar un juego vistoso, dinámico y atractivo para el espectador.
David Blatt se nutre básicamente de la calidad individual de sus exteriores (Logan, Hickman y Smith) en el uno contra uno, mientras que James y Planinic aportan consistencia, músculo e intimidación a la pintura. El exbaskonista Eliyahu, recién salido de una lesión de tobillo, no atraviesa su mejor momento de forma. Con todas sus carencias, las reservas están justificadas antes del salto inicial si alguien analiza el último resultado amarillo. El Maccabi aterriza en el Buesa Arena con la moral por las nubes tras atropellar al Montepaschi en su feudo por una diferencia escandalosa de 31 puntos (92-61) que le ha devuelto la esperanza de acabar entre los cuatro primeros.