Vitoria. El Baskonia soñaba con hacer algo grande en esta Copa pese a las dudas que desprendía su juego y la paulatina pérdida de potencial de un plantel obligado hace escasas fechas a desprenderse de uno de sus mejores valores. Su condición de anfitrión representaba el mejor aval para que la séptima corona de la historia se incrustara en las vitrinas del Buesa Arena, pero el objetivo de una ciudad entera convertida desde el pasado jueves en el sexto jugador de su equipo se evaporó por completo con la consiguiente desilusión para una masa social que ayer volvió a dar un ejemplo de deportividad, saber estar y fidelidad a unos colores mientras se consumaba una derrota hiriente por la repentina caída en picado de la escuadra adiestrada por Tabak. Durante los tres cuartos iniciales, el entusiasmo, la casta y el pundonor del colectivo inundaron de fe y optimismo a una grada entregada donde, al menos, tres cuartas partes de los 15.085 espectadores le respaldaron de forma incondicional.

Era una jornada propicia para dar un golpe de efecto y vivir una jornada inolvidable. La festividad de Carnaval redundó en un colorido mayor del habitual, si bien los colores rojo y azul sobresalieron en el ambiente. Más de uno se dejó la garganta y perdió salud en un empeño, a la postre, baldío.

El Barcelona, inabordable y dotado de un interminable fondo de armario, se cruzó otra vez en el camino, pero ello no fue óbice para que la parroquia alavesa acabara puesta en pie agradeciendo el titánico esfuerzo de sus pupilos y coreando cánticos de apoyo a un grupo que nunca caminará solo con independencia de los resultados.

Lleno hasta la bandera y sin espacio para que entrara un alfiler, el Buesa Arena mostró el aspecto de las grandes solemnidades y rugió con toda la fuerza del mundo para intentar conducir a sus gladiadores hacia una nueva final copera. Amedrentar al ogro culé se convirtió en el objetivo de todas las gargantas desde el primer minuto y el Baskonia agradeció sobremanera ese aliento indispensable para llevar la delantera en casi todos los cuartos. Pero el descorazonador epílogo dio paso a los gestos de desesperación, desconcierto y rabia. Y es que se escapó una oportunidad de oro para decir adiós a las más de dos temporadas que el club lleva en blanco.

Navarro volvió a ser la diana de la mayoría de los silbidos, especialmente desde que los árbitros sancionaron una falta sobre él en el primer cuarto cuando ejecutaba una suspensión desde 6,75 metros. El célebre cántico respecto a su supuesta capacidad para hacer teatro retumbó con fuerza sin llegar a intimidar a un jugador de otro planeta capaz de desenvolverse a la perfección en los ambientes más infernales. El público baskonista, que halló un aliado de lujo en la hinchada del Gran Canaria, creó una atmósfera por momentos irrespirable. No obstante, a la postre sirvió de poco porque el conjunto de Xavi Pascual impuso su enorme batería de recursos ante un anfitrión desfondado que se ahogó por enésima vez en la orilla. Otra vez será, pero queda el consuelo de que el mejor patrimonio del Caja Laboral no desfallece nunca pese a que no acompañen los éxitos.