Vitoria. Para abrir la Copa del Rey, no podía haber otro plato más sabroso que llevarse a la boca. Era el enfrentamiento soñado por todos desde que se supo que las caprichosas bolitas estaban en condiciones de enfrentarles a las primeras de cambio. Real Madrid y Barcelona se encontraban predestinados a disputar una nueva final, aunque el cansino ritmo de tortuga emprendido por los culés a nivel doméstico, con el consiguiente fracaso a la hora de convertirse en cabeza de serie, ha motivado finalmente que deban verse las caras mucho antes de lo esperado. Uno de los dos se despedirá de forma prematura, rumiará un batacazo de consecuencias imprevisibles y puede quedar tocado para los siguientes desafíos en la ACB y la Euroliga. El que gane, a juicio de la cátedra, verá henchido su pecho y dispondrá de todos los boletos para cantar este domingo el alirón por mucho que resten todavía unas apasionantes semifinal y final.

Antes del salto inicial, el Madrid se ha ganado a pulso la condición de favorito. Laso, un técnico que llegó sin hacer ruido y del que existían fundadas sospechas acerca de su valía para hacerse con las riendas de un grande, ha diseñado un bloque prácticamente indestructible -totaliza una solitaria derrota en la Liga ACB y permanece imbatido en el Top 16- capaz de ganar de todas las maneras posibles: bien a la carrera, bien golpeando más duro en un incesante intercambio con el rival, bien sorteando un campo de minas en un partido de marcador bajo. El devastador poderío de su cuerda exterior carece de parangón en toda Europa y, por dentro, el fichaje del rocoso Rafa Hettsheimeir y la segunda juventud de Felipe Reyes también le dotan de la consistencia que muchos añoraban a comienzos de curso.

Por todo ello, y poniendo encima de la mesa su inmaculada trayectoria, parte con ventaja respecto a un Barcelona cuyo proyecto ganador de las últimas temporadas emite algunos síntomas de agotamiento. Mientras el Madrid se ha reforzado a conciencia y apenas atesora puntos débiles, el equipo catalán paga los efectos de una mala planificación que ha debido corregirse sobre la marcha con la reciente llegada de Oleson. Pascual venía clamando desde hace tiempo por el aterrizaje de un escolta que supliese los problemas físicos de Navarro. Y el exbaskonista parece haberse adaptado rápidamente al engranaje colectivo tras su prometedor debut en Manresa.

El Barcelona se presenta en Vitoria como víctima propiciatoria, pero nadie debe dar por muerto a un grupo que en la última final liguera ya sacó fuerzas de flaqueza y la casta de campeón para dar la réplica al mismo rival. Navarro, recién salido del enésimo percance muscular sufrido hace diez días, asegura estar en perfectas condiciones. Y así las opciones blaugranas de reventar el pronóstico subirán como la espuma. El genio de Sant Feliu de Llobregat destrozó por sí solo a los merengues en el último pulso entre ambos con una actuación descomunal (33 puntos) que ahora está dispuesto a repetir. Xavi Pascual también se encomendará a la muñeca de seda de un Lorbek bastante apagado hasta la fecha, al descaro de Marcelinho, la clase de un Tomic con fervientes ganas de ajustar cuentas y, sobre todo, al espíritu indomable de Mickeal, el gran tapado que afronta esta clase citas con sangre en los ojos y cuyo veneno es mortal de necesidad.